lunes, 19 de marzo de 2012

Asalto a la capilla (I)


La noche del duelo había llegado, todos los magos de Harmonía estarían en la capilla. Miles estaba en la puerta exterior, silencioso y taciturno. A su lado estaban Dís, con aire triste, y Morríghan, con movimientos nerviosos que no podía controlar. El duelo estaba programado para cinco minutos más tarde. Érato y sus compañeros de Libertas ya deberían de haber llegado, pero no respondían a las llamadas, la impaciencia se adueñaba de Miles.

-          Debemos entrar ya. – A Morríghan le temblaba la voz.

-          Sin ellos no podemos tomar la capilla, Miles, hay que abortar la misión. –Intervino Dís.

-          No, las otras capillas serán atacadas dentro de 5 minutos, no tenemos tiempo para avisarles. Hay que atacar.

-          Érato y los suyos nos han traicionado, ¿No lo ves? – insitió Dís. – No podemos ganar.

-          Ya sé que no podemos ganar, pero si no los mantenemos ocupados, ayudarán a las otras capillas y todo se habrá perdido. – Miles se mantuvo firme.

-          ¿Carneros al sacrificio entonces? – sonrió Dís.

-          Carneros al sacrificio. – respondió Miles.

-          ¿Nos estarán esperando? – Morríghan estaba asustada.

-          Si nos han traicionado, sí. A nosotros y a los demás. – le contestó Miles.

-          Será una carnicería… - Morríghan tenía ganas de llorar.

-          Lo será, pero un hermético no se va sólo- Miles parecía feliz ante la seguridad de su muerte y de la cercanía de la batalla.

-          Ni se va en silencio. – Concluyó Dís.

-          Yo… -Empezó a decir Morríghan.

-          Ya lo hemos hablado antes, pequeña: no se trata de lo que queremos hacer sino de lo que debemos.
Morríghan tragó saliva, con ojos vidriosos y los siguió mientras ellos se adelantaban.

La capilla parecía distinta. La sensación de opresión que generaba era mayor de lo habitual, el silencio era absoluto y sus paredes exteriores eran más oscuras de lo que recordaba. Morríghan lo achacó a sus miedos y a sus nervios. La puerta principal, de roble, maciza y anciana, tenía el color oscuro de la edad y estaba claveteada con hierro frío. Ahora Morríghan entendía el porqué del hierro.

Tras la puerta estaba el vestíbulo. Era una habitación amplia, rectangular, con media pared forrada de madera y la otra mitad empapelada en rojo. Varios percheros flanqueaban la puerta junto a algunos cuadros antiguos, bodegones unos y representando navíos los otros. Remataban la decoración del vestíbulo las molduras que unían la pared y el techo, con sus formas de águilas de dos cabezas. Aquella sala era bastante parecida a la antesala del Salón de los Concilios.

Justo en el centro del vestíbulo se hallaba Judith, de pié, sonriente como siempre, pero esta vez su sonrisa transmitía malícia.

-          Bienvenidos, conspiradores. – su voz pretendía ser dulce, sin llegar a serlo.

-          Así que Libertas, al final, sí estaba tan corrupta como vosotros. – gruñó Miles, Morríghan adivinó en su voz el dolor y la tristeza por Érato.

-          ¿Corruptos? Nosotros seguimos la senda recta del coro infernal, míseros ilusos, ya nada puede salvaros pese a nuestros intentos. Pero aún podéis arrepentiros y vuestro sacrificio quizás permita que nuestros maestros sean clementes con vosotros mientras dure vuestro eterno tormento. – Judith seguía riéndose.

A los pies de Judith se movían numerosos seres pequeñuelos, de piel grisácea y vestidos únicamente con un taparrabos. Tenían tres ojos, todos ellos negros, muy juntos y dientes afilados y separados. Sus cabezas ovaladas eran coronadas por un número variable de pequeños cuernos puntiagudos.

-          Ellos serán el primero de vuestros tormentos, infieles. – Judith movió levemente su mano indicando a los diablillos que atacaran, con otro gesto las puertas quedaron cerradas mágicamente con sellos que no iban a ser fáciles de romper.

 Morríghan se colocó detrás de Dís, quien ya empuñaba sus dos pistolas y mostraba una puntería mortífera sin dejar de disparar a aquellas criaturas infernales. Miles había decidido combatirlos con fuego, provocando la risa de Judith. Ésta a su vez, se iba alejando para ponerse a salvo en la siguiente habitación. Para sorpresa de los diablillos, aquél fuego que al principio no los dañaba se intensificó. Miles creó un círculo de fuego con un deslumbrante brillo blanco.


-          Esto no funciona, Miles, son demasiados para matarlos a tiros y tu fuego no los detendrá mucho. – Dís, sin dejar que sentimiento alguno enturbiara su voz. - ¿alternativas?

-          Chispazos. – Miles si denotaba enfado al hablar y parecía algo ausente debido a la concentración que necesitaba para mantener el círculo que les protegía. – A la de tres dispara a los de la derecha y dame tres segundos…

-          De acuerdo.

-          ¡TRES!

-          ¡Serás…! – Dis apenas había tenido tiempo para cambiar el cargador de ambas pistolas cuando Miles dejó caer las defensas.

Morríghan pateó varios diablillos y los intentaba mantener a raya con su daga mientras Dís volvía a descargar sus pistolas contra las cabezas de aquellos pequeños seres.

Miles tomó aire y se concentró, sin inmutarse por los diablillos que se abalanzaban hacia él y que no llegaban a alcanzarlo gracias a la cobertura de los dos Euthanatos. A los tres segundos empezó a pronunciar el conjuro y extendió las manos de las que empezaron a salir rayos.

Al principio los diablillos los ignoraron, pero cuando varios de ellos cayeron ennegrecidos y humeantes cundió el pánico entre ellos. Algunos trataron de esquivarlos, sin mucho éxito; otros trataron de huir y pronto se convirtió en una desbandada. Corrieron hacia la otra habitación despejando el suelo  de aquella, donde quedaron sólo los cuerpos de aquellos que habían sido abatidos. Miles detuvo su hechizo, sudoroso.

-          Vamos a tener que perseguir a Judith por toda la casa, mientras siga viva aparecerán mas bichos de estos.

-          Y cuando ella muera los que haya invocado seguirán aquí, van a causar muchos problemas. – Apuntó Dís.

-          Es más buena de lo que creíamos, son muchos bichos invocados a la vez.

-          Pero no lo suficiente, ¡en marcha!

Avanzaron con cautela hasta la siguiente habitación, que estaba vacía y continuaron hasta el patio central del edificio. El patio parecía el claustro de un convento, con los bordes porticados y cubiertos y el centro un pequeño jardín con una fuente en el centro. Las plantas del jardín estaban muertas o agonizando y la fuente, antes con agua cristalina, escupía lentamente un lodo viscoso. Las cuatro estatuas que habían decorado el pié de la fuente, con formas de perros monstruosos, habían cobrado vida y los miraban hambrientos.

-          Me parece que estos van a ser más complicados que los otros… - suspiró Miles.

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