jueves, 29 de marzo de 2012

Asalto a la capilla (y II)


Los perros gruñían enfurecidos, mientras las babas caían de sus bocas profanando el suelo. Su pelaje era rojo oscuro y negro y sus colmillos sobresalían de una forma antinatural. Los cuatro perros se movieron lentamente, rodeándoles y olisqueando el aire.

Los tres magos se pusieron espalda contra espalda, Dís empuñando ambas pistolas y Morríghan su daga, Miles mantenía en alto las palmas de sus manos, ligeramente por debajo de la altura de sus hombros.

-          Miles, deberías ir con cuidado con la paradoja. – dijo Dís sin dejar de vigilar los movimientos de los perros.

-          Esto es a vida o muerte, Dís. – Miles respondió con sequedad.- Me importa una mierda la paradoja.

-          Si sigues conjurando alocadamente sea un combate a muerte o muerte.

-          ¿Qué más da?

Dís suspiró, los perros seguían rodeándolos pero ahora sus movimientos eran más lentos y habían echado para atrás sus orejas.

-          Vamos, vamos… - murmuró Miles mientras empezaba a concentrarse.

Como obedeciendo una señal los perros saltaron al unísono contra sus presas. Los tiros de Dís no parecían causarles grandes daños mientras que los hechizos de Miles empujaron hacia atrás a varios de ellos. Morríghan dio un grito y rodó por el suelo tras ser golpeada y derribada por uno de los perros.

Dís empezó a moverse por todo el patio, atrayendo la atención de su perro y el que estaba atacando a Morríghan, tenía un corte profundo en el brazo donde la garra del sabueso la había alcanzado. Miles inamovible rechazaba a los perros en cada uno de sus ataques haciéndolos volar hasta estamparlos contra las paredes o las columnas.

Dís estaba en apuros, las balas no dañaban a los perros y resollaba por el esfuerzo constante de esquivar las embestidas de los perros. Morríghan, llevada por el pánico, trataba de detener su hemorragia desesperadamente. Rasgó su camisa para hacer un torniquete con la tira de tela resultante.

Los sabuesos que atacaban a Miles cargaron una última vez contra él, quien ya con un gesto claramente molesto conjuró, utilizando la magia de fuerzas nuevamente, alzando en el aire a los perros y guiándolos con gestos furibundos de sus manos contra los que atacaban a Dís. El choque fue de gran violencia y acabó con las vidas artificiales de aquellos animales que al chocar se hicieron añicos, volviendo a la roca de la que habían surgido.

-          ¿No podías haber hecho eso antes? – Dijo Dís, molesto.

-          Quizás, pero no creí que necesitaras niñera. – Respondió con sorna Miles.

-          Sigamos tenemos que encontrar a la  bruja de Judith.

-          Ayuda… - Morríghan estaba temblorosa y seguía sangrando.

-          Tu aprendiz deja un poco que desear, Dís. – comentó despreciativo Miles.

-          Está aquí en contra de su voluntad, Miles. – Dís respondió mientras curaba a su aprendiz.

-          Es un lastre. – Miles, con dureza.

-          Está asustada, pero antes de que termine todo esto su miedo desaparecerá. – Dís sonrió a su aprendiz, reconfortándola.

-          Más le vale o aún será más complicado salir con vida de aquí.

Continuaron avanzando por las habitaciones de la capilla en dirección al Salón de los Concilios, con la cautela suficiente para no ser tomados por sorpresa por algún nuevo horror enviado por Judith. La encontraron en la antesala del Salón, sonriente, con una gigantesca serpiente a sus pies:

-          Habéis sobrevivido. – disgustada. – Y enteros.

-          Tu belleza nos impulsa a seguir, cariño. – Respondió Miles.

Judith entrecerró los ojos, sintiéndose insultada:

-          No cruzaréis esta sala, infieles.

-          Sabes que lo haremos, pero tú tienes dos opciones.

-          Ah, ¿Sí?

-          Tu primera opción es rendirte y apartarte, con esta puede que vivas, pues tu destino será fijado por el tribunal del Concilio de las tradiciones.

-          ¿Y la segunda?

-          Quedarte ahí de pié y morir.

-          Creo que me quedaré con la segunda opción.

Judith saltó a un lado mientras pronunciaba otro conjuro. Miles y los demás se pusieron a cubierto cuando oyeron los crujidos que provenían de algún punto de la sala. Alzaron la mirada siguiendo con ella el rastro del ruido.

Las águilas que conformaban las molduras crujían y empezaron a moverse. El polvo caía con cada uno de sus movimientos mientras se liberaban de su prisión. Cada segundo que pasaba su aspecto exterior iba cobrando semejanza mayor con el de águilas vivas, difuminándose el blanco del yeso hasta convertirse en el marrón oscuro del plumaje de las aves.

-          No deberíamos dejar que termine su hechizo. – Dijo Dís mientras salía de su cobertura y empezaba a disparar contra Judith.

Judith gritó cuando la primera bala impactó contra su hombro, interrumpiendo su hechizo. Tras esa bala impactaron varias más, en el torso y en la cara. Judith se desplomó sin vida y con un rostro apenas reconocible.

-          Ha sido demasiado fácil. – Comentó Miles.

-          Ya, suele pasar, los Herméticos también cometéis a menudo el mismo error que ha cometido Judith.

-          ¿Qué error? – Miles estaba más intrigado que enojado.

-          Creeros inmunes a las balas. – Dís miró a su interlocutor significativamente. - ¿O no recuerdas la caída de tu capilla? Todos estabais fuera de cobertura, conjurando una destrucción admirable, pero muy poco prudente. Con más estrategia haríais mucho más daño a la tecnocracia del que le hacéis.

Miles resopló, saliendo de su escondrijo. Morríghan también se levantó y miró horrorizada el cuerpo de Judith, dio un paso hacia atrás.

-          No… - la joven cerró los ojos y giró la cabeza para otro lado.

-          Morríghan – Dís se acercó a ella forzándola a mirar hacia Judith – Endurece tus ojos y tu corazón, eres una Euthanatos: sabes que la muerte de Judith era necesaria, su corrupción ya no tenía remedio.

-          Dejaos de cháchara – intervino Miles. – Hemos hecho mucho ruido y al otro lado de la puerta deben estar todos los demás esperándonos. No deberíamos decepcionarles.

La puerta, de doble hoja, era distinta a la que había allí normalmente. Estaba elaborada en madera de olivo, formando cuadros que eran enmarcados por bandas de hierro. Dís se acercó a la puerta y cogió las argollas que hacían las veces de aldabas y de tiradores para abrirlas. Las puertas crujieron un poco cuando empezó a abrirlas. La detonación que siguió los empujó a todos hacia atrás y levantó una gran polvareda que dificultó la visión.

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