Haxor suspiró. No estaba
nerviosa aunque si inquieta, sabía que se trataba por la emoción de la batalla
que llevaba semanas preparando. Aquél era el día en que triunfaría
convirtiéndose en una leyenda o fracasaría arrastrando en su caída a todos los
demás.
Se tomó las cosas con
calma. Se terminó su café, bien cargado. Cogió el termo de dos litros donde
había más café. Aquél líquido negro y espeso sería todo lo que necesitaba para
apoyarse en su ataque y mantenerse en plenas facultades. Aquél día no tuvo que
fingir que prefería el café amargo, como hacía normalmente. En aquél termo es
café era increíblemente dulce, que era como en realidad le gustaba.
Habitualmente fingía que
prefería el café amargo para evitar que se rieran de ella, pensaba que el tener
que endulzarlo sería percibido por los demás como un signo de debilidad y ella
no podía permitírselos. Era la maga más joven de las islas, contaba con apenas
15 años y todos la trataban siempre como una niña. Sólo Miles y Dís la habían
considerado siempre una igual. Había necesitado de su ingenio y de su astucia
para ganarse el respeto de los otros magos, para atemorizarlos y mantenerse a
salvo.
La novata aun no lo había
vivido, no había sentido la angustia de perder a todos los que querías por
culpa de la tecnocracia. No había vivido la humillación de la derrota y el
exilio. Tampoco había sentido sobre sí las miradas condescendientes y
compasivas de los que la rodeaban, como si fuera una simple niña desamparada y
sin recursos.
No, ella era una
Tecnomante, su reino eran los ordenadores y su familia los Adeptos. No era una
niñita desamparada que necesitara protección de los adultos. Había llegado el
día en que les demostraría a todos que era una maga perfectamente capaz de
tomar sus decisiones y de llevarlas a cabo hasta sus últimas consecuencias.
Preparó también varias
bolsas de palomitas, que metió en un bol de cristal enorme, y las inundó de
queso mantecoso. Había tomado esa costumbre desde que lo viera en una película
americana de serie b. El día anterior también había comprado chocolatinas y
patatilla y las había metido en una bolsa. Cogió el termo, la bolsa y el bol.
Suspiró de nuevo mientras
subía las escaleras. Elsa, la tecnócrata, estaba atada en una habitación con la
puerta abierta. Sus miradas se cruzaron. Estaba en una silla, golpeada, agotada
y hambrienta. Dís había cumplido con su función haciendo que pareciera haber
sido torturada durante semanas. A regañadientes Haxor admitió para sí que la
tecnócrata había demostrado una resistencia y una entereza admirables. Se había
ganado su respeto y en señal del mismo la saludó con una leve inclinación de
cabeza. Elsa sonrió y correspondió con otra inclinación, igualmente leve, de
cabeza.
Cuando se sentó ante el
ordenador aun faltaban cinco minutos para que diera comienzo el ataque.
Repartió las provisiones a su alrededor, catando las palomitas puso el bol
sobre uno de sus servidores para que se mantuvieran calientes y las
chocolatinas las colocó en el rincón más fresco que encontró.
Escribió un e-mail a
Random Bug, quizás el único amigo que tenía a parte de Dís y de Miles. Le envió
su biblioteca particular, convenientemente encriptada en diferentes grados de
dificultad para que tuviera que esforzarse para desvelar los secretos que
ocultaban todos aquellos archivos.
Antes de empezar el
ataque hizo una última comprobación de los sistemas de autodestrucción que
había instalado en todos sus ordenadores y demás aparatos. El ácido haría que
intentar recuperar los discos duros o los CD fuera una absurdidad. Pero el
ácido no correría hasta que ella le diera la señal, necesitaba de toda la
potencia de sus máquinas para estar al cien por cien cuando iniciara el asalto.
Ajustó las tres pantallas
que usaba durante la última comprobación y se acomodó en su silla. Sentada en
la posición del loto suspiró una última vez antes de apretar el botón “enter”. Durante toda aquella operación
no iba a entrar “físicamente” en la telaraña digital ya que sería muy peligroso
una vez los tecnócratas detectaran el ataque y activaran sus defensas y sus
rastreadores la buscaran. Iba a tener que hacer todo aquello desde las
limitaciones de su cuerpo físico y el teclado desgastado.
La primera fase era
sencilla, había investigado todos los posibles exploit de las defensas y de los sistemas tecnocráticos de la isla
durante meses y se había preparado a conciencia. Paso a paso desvió o paralizó
todas las comunicaciones informáticas de la tecnocracia. Cortó sus líneas
telefónicas y pirateó el sistema de seguridad. No contenta con ello tomó el
control, simultáneamente, de todos los edificios de las diferentes
construcciones de los tecnomantes.
En apenas unos segundos
se había adueñado de la mayoría de sistemas y, aprovechando nuevas puertas
traseras que iba encontrando, había iniciado la copia y descarga de archivos
para reenviarlos a varios Adeptos para que pudieran aprovecharlos para atacar a
la Tecnocracia en el futuro y, además, dieran fe de su audacia. Cortó la
corriente de todo aquello que no necesitara encendido en sus edificios. En
otros casos sobrecargó la red en algunos puntos para quemar los circuitos. Se
dedicó a causar todos los problemas que pudo dentro y fuera de la red.
La principal ventaja que tenía la Tecnocracia
contra las tradiciones era su tecnología. Esa ventaja quedaba anulada completamente
contra los Adeptos ya que ellos habían hecho los diseños originales de muchas
cosas que la Tecnocracia seguía utilizando. Ellos, los Adeptos, eran los únicos
cuya tecnología avanzaba a la misma velocidad y nivel que la de la tecnocracia.
Como era de esperar las
alarmas y defensas de los tecnócratas saltaron casi inmediatamente y la ventaja
de la sorpresa que tenía no duraría mucho. Haxor necesitaba ganar todo el
tiempo que pudiera mientras la parte principal de su misión no se veía
cumplida. La complicación de aquél ataque no residía en entretener a los
tecnócratas para que no pudieran prestar ayuda a las capillas corruptas, la
dificultad radicaba en el hecho de que mientras los entretenía tenía que
encontrar todas las pruebas posibles de la corrupción de la propia Tecnocracia
isleña y la enviaba a cualquier construcción tecnócrata del continente.
No le gustó la rápida
reacción de los tecnócratas continentales, aunque era de esperar. Todas las
construcciones de la tecnocracia compartían un flujo constante de información.
Eran como grandes nodos enlazados los unos con los otros. Haxor había cortado ese
flujo entre las islas y el resto del mundo y era evidente que buscarían el
motivo, aunque había esperado que creyeran que había un fallo técnico y
tardaran más en enterarse de que se trataba de un ataque.
Ahora tenía que
defenderse de todo el mundo, literalmente, y había pocas cosas más testarudas
que un montón de tecnócratas cabreados. Por suerte Haxor era una de esas cosas.
Había creado un flujo constante de información que mantenía informados a muchos
Adeptos en tiempo real de los avances de su ataque. Se había asegurado de que
todo aquello no pasara desapercibido.
Tenía infinidad de
ventanas abiertas que ocupaban hasta el último píxel de las pantallas. Saltaba
de una a otra comprobando todos los procesos abiertos, corrigiendo o
modificando todo lo que fuera necesario y buscando cualquier elemento extraño o
ajeno en sus propios equipos.
Mientras hacía todo eso
engullía sin parar patatilla y palomitas, las chocolatinas las reservaba para
cuando se estresara. El café también había empezado a bajar y se maldijo al
haberse olvidado de subir refrescos, probablemente terminara pasando sed y
trabajar con sed la irritaba. El teclado estaba sucio por el aceite de todas
aquellas cosas que estaba comiendo.
Hay algún mago de los Huecos en tus relatos? Oô
ResponderEliminarHubo uno en el especial de Haloween, pero en general no han aparecido... aún xD
ResponderEliminarPor?
ResponderEliminar(no me deja editar el comentario, por eso doble posteo)
Me recuerda a la película Hakers, XD
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