lunes, 26 de marzo de 2012

A través del Pirineo (I)


Cuando las últimas hebras del reino de Pesadilla se hubieron desecho, todos los Changeling y un gran número de quimeras sintientes habían aparecido en el mismo punto del camino en el que habían desaparecido.

La mayoría de quimeras huyeron a los bosques que los rodeaban, salvo Abdap y sus ratones que estaban en perfecta formación militar, formando un círculo protector en torno a las crías y los más ancianos. Algunos llevaban estandartes. Abrieron paso a Abdap quién se dirigió hacia el interior del círculo en busca de los más ancianos:

-          Nobles ancestros – les dijo mientras les saludaba con una profunda reverencia – Lejos, en las islas que se alzan en el tormentoso mar del norte está la ancestral madriguera de los Blueblue. Id en paz y con esto…
Abdap se quitó un anillo minúsculo que llevaba en la mano derecha y se lo entregó al más anciano.

-          Si mostráis este anillo sabrán quién os envía y os acogerán.

-          Muchas gracias por todo, joven Allistair…

Abdap se fue del círculo mientras los demás ratones le vitoreaban, caminaba con la solemnidad del que está acostumbrado a aquellas cosas y da a su público lo que desea ver. Cuando llegó hasta Alanna, se encaramó por sus ropas y ocupó su sitio sobre los hombros de la maga, acomodándose entre sus bucles.
Los ratones se marcharon formando una gran procesión y ahora tocaba el turno a los Changeling. Muchos marcharon en dirección al oeste y al norte, buscando las salidas de aquél paso que daban a los feudos franceses. Unos pocos acompañaron a R’uya y Alanna, entre ellos su ya inseparable amigo Guilles, quién decía tener muchísimas cosas que perder si seguía viajando con ellas y que por lo tanto prefería dejarlas y no verlas nunca más.

Buscaron la salida más cercana, pues Alanna anhelaba salir del ensueño pues creía que el influjo de la fantasía de aquel lugar acabaría por enloquecerla. Añoraba el sol y el aire de su mundo y el sabor rudo y basto del alimento no creado mágicamente. Cuando finalmente salieron del ensueño habían cubierto menos distancia de la que creían. Aparecieron en un círculo feérico situado en medio de un bosque pirenaico y que parecía abandonado desde hacía años.

Caminando siempre en dirección sur entraron en un gran valle que R’uya reconoció como Andorra, un pequeño y tranquilo país situado en  pleno Pirineo.  El aire frío de la montaña despertó y animó al grupo que continuaron su camino. No encontraron a nadie durante varias horas y fueron recogiendo bayas y raíces para cenar aquélla noche.

Aquél país resultaba muy del agrado para Alanna. No había sufrido una excesiva ocupación humana y los efectos de las acciones de la modernidad en aquellas tierras era aún poco notorios. Pero había leyendas e historias que indicaban que aquella era una zona ampliamente poblada por clanes de hombres lobos, quizás motivo por el cual aún el hombre no había destruido la belleza natural de aquellos valles.

-          ¿Y por qué te asientas tan al norte, Alanna? – Inquirió Guilles.

-          He de cumplir con mi destino. – Respondió escuetamente Alanna.

-          Bah, eso suena trivial. ¿Cuál es tu destino?

-          Bueno… no lo sé exactamente… mis sueños me dicen que vaya a las Islas de los honderos pues la vida de muchos depende de mi llegada.  – El rostro de Alanna se ensombreció ante el mero recuerdo de la gran responsabilidad que recaía sobre sus espaldas – Aunque no sé de quienes, las islas necesitan de mis habilidades de sanación.

-          ¡Eres una matasanos!  Podrías mirarme los dientes que como me los lavo tres veces cada día creo que los tengo perfectos. – Guilles mostró sus dientes sucios y amarillentos mientras sonreía.

Siguieron caminando unas horas más y optaron por alejarse de las poblaciones dispersas que encontraban. Aquella parte del viaje quizás fuera la más alegre y amable que había tenido hasta el momento. Guilles y R’uya resultaban una compañía alegre y despreocupada que la ayudaban a olvidar la oscuridad que se alzaba ante ella. También se había acostumbrado al peso y al calor de Abdap junto a su cuello y sus ocurrencias conseguían hacerla reír a menudo. Al final tenía lo que había deseado al principio del viaje: Compañía. Con sus amigos le resultaba mucho más fácil enfrentarse a los peligros que acechaban en el horizonte.

Cuando el atardecer empezó a alargar las sombras de los árboles empezaron a buscar un lugar dónde pudieran acampar. No les costó mucho encontrar un abrigo de roca cerca de la vereda por la que transitaban.

Guilles fue a recoger leña mientras Alanna y R’uya empezaban a preparar el campamento. Excavaron un pequeño agujero en el suelo y lo rodearon por un círculo de piedras para encender allí la hoguera cuando volviera Guilles. En un arroyo cercano llenaron las cantimploras y la pequeña olla que llevaba Alanna. Aprovecharon para lavarse y refrescarse antes de que el sol se despidiera definitivamente de aquél día.

Cuando volvieron Guilles ya estaba encendiendo el fuego y a su lado tenía un montón considerable de leña, suficiente para mantener el fuego encendido toda la noche. Pusieron el agua del caldero a hervir y Alanna, ayudada por Abdap, empezó a machacar las bayas silvestres y algunas raíces para hacer una pasta más o menos uniforme que echó en el agua hirviente. También echó la poca harina que le quedaba, para espesar el caldo, y manteca. Guilles miraba el mejunje poco convencido, seguro de que aquello debía tener un sabor horroroso:

-          ¿No puedes crear un poco de comida? – Dijo R’uya, quien tampoco parecía convencida con la cena que se estaba cocinando.

-          Estoy cansada de comer siempre lo mismo, R’uya. Además de que abusar de la magia puede pasar factura, en el ensueño no tenía problemas en conjurar comida pero aquí es otro cantar.

-          Esto tiene pinta de estar buenísimo… - intervino Guilles. 

-          A mí me bastan unas cuantas semillas y bayas y me doy por satisfecho. – Indicó Abdap, su menú consistía siempre en semillas y bayas.

-          Si no os gusta, no os lo comáis. – Dijo Alanna enfadada.

Se hizo el silencio mientras la cena terminaba de prepararse. El caldo se había convertido en una masa espesa, parecida a las gachas, de un color rojo intenso. Desprendía un fuerte olor dulzón. Alanna vertió parte del contenido de la olla en varios cuencos y se los tendió a sus compañeros, que lo probaron con cautela.

-          Bueno… - Dijo R’uya – Malo no es, lo admito, pero es más para desayunar que para cenar, ¿No? Es muy dulce.

-          Puaj, ¡asqueroso! – dijo Guilles con la boca llena mientras engullía su ración - ¿Podré repetir?

-          Sí, pero deja suficiente para que podamos desayunar mañana – sonrió maternalmente Alanna  - ¿Veis como no era tan terrible? Quejicas.

La risa que siguió fue interrumpida por el crujido de una rama a sus espaldas, los tres viajeros se giraron y el terror atenazó sus corazones. Cerca del límite del círculo de luz creado por la hoguera se alzaba una figura de más de dos metros de altura, erguida sobre dos potentes patas traseras, cubierta de un pelo gris oscuro. El baile de las llamas creaba un juego de luces y sombras cambiantes que conferían un aspecto misterioso al hombre lobo que miraba a los comensales con las orejas echadas hacia atrás. Gruñía y mostraba los dientes de una forma amenazadora.

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