En las tierras catalanas la acción del hombre era
mucho más evidente y dolorosa, pero poseían una belleza propia. En aquellas
fechas, acercándose al final del verano, la tierra ya estaba seca y el viento
levantaba mucho polvo.
Los lugareños los miraban con curiosidad, pues eran un
grupo de jóvenes que caminaban ruidosamente, entre risas y bromas y hablando en
una lengua extranjera. Llamaban la atención pero nadie les dijo nada y ellos
siguieron avanzando sin demasiadas preocupaciones. Nada pasó que fuera
reseñable en esos días de modo que R’uya y Alanna aprovecharon para perfilar y
terminar las canciones que contaban todas las cosas que les habían ocurrido.
Con R’uya cualquier cosa podía convertirse en una
canción, Alanna estaba aprendiendo de ella muchas cosas, pero aquella era la
más importante. Hasta el más pequeño gesto puede ser digno de ser contado,
aunque R’uya a aquello añadía “siempre que lo adornes lo suficiente”. A Alanna
la habían educado para ser una sanadora y una sacerdotisa de los dioses, sabía
cantar, bailar y recitar. Era amable y cariñosa, también muy observadora y
aquella última cualidad era una fuente de inspiración para R’uya.
Alanna desprendía vida, tenía el don de la Diosa y
allá donde hollaban sus pies descalzos nacía la vida con la fuerza y el verdor
de la primavera, su toque calmaba y su presencia consolaba. Las dos hadas que
la seguían lo habían visto con sus propios ojos y le eran leales, querían
protegerla.
Como grupo presentaban un aspecto desigual. Alanna,
joven y delicada; R’uya, más madura, vigorosa y enérgica y finalmente Guilles,
con sus ojos astutos y su expresión atenta. Los tres sabían que en algún
momento cada vez más cercano sus caminos se separarían pues pertenecían a
mundos muy distintos y difíciles de conciliar. Así pues, conscientes de ello,
trataron de disfrutar de aquellos escasos días de tranquilidad que tenían.
Pero los días tranquilos no duraron mucho, al no tener
contratiempos su viaje hasta Barcelona fue rápido y aquel día a lo lejos vieron
la urbe. Se extendía junto al mar y conformaba un bloque variado de edificios
de distintas épocas. Una cúpula de polución cubría de forma sempiterna la
ciudad confiriéndole un aspecto grisáceo y sucio como el de todas las grandes
ciudades. Pero en Barcelona había también destellos de color. Caminaron casi
todo el día para alcanzar la ciudad ya que una multitud de carreteras frenaba
su avance.
Ya anochecía cuando entraron en la periferia. Estaban
agotados por el calor y la larga caminata y ahora no podían pararse en
cualquier sitio para encender una hoguera y prepararse la cena. Alanna odiaba
las ciudades, grises, frías con habitantes grises y fríos.
-
Podemos ir a alguna posada feérica - dijo
R’uya – en esta ciudad hay varias y una de ellas está cerca de la corte…
lo que me recuerda que deberíamos presentar nuestros respetos al Rey mañana a
primera hora, Guilles.
-
Lo ignoraba, siempre creí que podía ir de
un lugar a otro encadenado. – respondió Guilles.
-
Chicos, yo debo ir a presentar los míos a
la capilla local. –intervino Alanna no sin cierta tristeza. – Yo también debo
cumplir con los protocolos.
-
Vaya, ¿nuestros caminos se separan
entonces? – Preguntó R’uya.
-
Por un tiempo, sí… para los magos vosotras
las hadas no existís, somos realmente pocos los que sabemos de vosotras y yo
sólo puedo veros por el anillo que me dieron en la torre. Además, sería
peligroso para vosotras… en esta ciudad la Orden de Hermes es fuerte…
-
¿La Orden de Hermes? – inquirió extrañada
R’uya. - ¿Quiénes son y porqué deberían preocuparnos?
-
Son magos muy… encerrados en si mismos,
peligrosos para sí mismos y para los que les rodean.
-
¿Y seguro que tienes que ir a verlos? –
R’uya estaba preocupada.
-
Sí, es... importante.
-
Pero hoy no. – R’uya hablaba con decisión.
– Si esta puede que sea la última vez que nos veamos en un tiempo… divirtámonos
y mañana será otro día.
Todos asintieron. Les embargaba la sensación de que
pronto se separarían de verdad, si por un tiempo o para siempre no lo sabían.
Pertenecían a mundos distintos y era algo que habían olvidado durante el viaje,
especialmente las hadas, pero les producía una profunda desazón la separación.
Abdap había escogido desde el primer momento a Alanna y se quedaría con ella
pasara lo que pasara, así se lo había dicho.
Optaron por pasar la noche en un albergue del barrio
de Gracia. Era jueves por la noche por lo que el barrio hervía de actividad.
Era la noche en que los estudiantes universitarios salían de copas y las calles
estaban muy animadas y al estar en época de recuperaciones los estudiantes ya
volvían a llenar las calles.
Esquivaron varios grupos de jóvenes ya borrachos, pese
a que era bastante temprano, mientras buscaban alojamiento. Al final
encontraron un albergue en el que aún había tres plazas, las alquilaron y
pidieron la cena.
Cenaron en la misma habitación, parloteando de cosas
triviales: qué les gustaba, que hacían de pequeños, cuando y como descubrieron
o se convirtieron en lo que ahora eran… Abdap
contó con pelos y señales sus gestas pasadas, pero nunca indicaba que le motivó
a iniciar sus viajes, abandonando su madriguera familiar. R’uya les deleitó con
numerosas canciones.
-
La noche es oscura, apenas hay luna… -
dijo R’uya, mirando por la ventana mientras apartaba la cortina con una mano. –
¿Significará algo?
-
Todo tiene significado… se avecinan noches
oscuras. – dijo melancólica Alanna – En unos días no habrá luna, es una noche
triste en el que la muerte campa libre por el mundo.
-
Eso es muy deprimente, Alanna. – R’uya la
apartó la mirada del cielo para dirigirla a su amiga.
-
Vida y muerte, la luna sólo escenifica ése
ciclo.
-
Ven con nosotros a visitar la corte,
Alanna, aquí vive un Rey y su corte es de las más antiguas de iberia, en estas
tierras los Sidhe nunca fueron numerosos y otros linajes podían reinar.
-
No, R’uya, lo siento pero no, las capillas
de Barcelona deben conocer mi presencia, pues no deseo ofenderlas, nuestros
caminos se separan aquí… - Alanna acusaba una gran tristeza en sus palabras. –
Quizás algún día nuestros caminos se vuelvan a cruzar.
-
Pero… ¿porqué? Queremos ir contigo.
-
No, la oscuridad a la que me dirijo os
dañaría con su sola cercanía.
R’uya tragó saliva y agachó la cabeza. Tras ello tomó
el laúd i cantó con voz suave, cargada de añoranza:
¿Donde
están las tierras de mi hogar?
Allá
donde baña la arena el mar.
Toca
la doncella el viejo laúd,
Rasgando
sus cuerdas con pulcra virtud.
¡Ancestros,
que vivíais allá en el sur!
Decidme
si es mi destino volver
Donde
mis padres me vieron crecer.
¡Ancestros,
que vivíais allá en el sur!
Decidme
porqué siento tal inquietud,
Cuando
debería sentir gratitud.
¿Por
qué cuando debería celebrar
No
puedo otra cosa que añorar…?
R’uya calló, dejando que las notas se perdieran en el
aire. Nadie dijo nada, no querían romper aquél momento. Se acurrucaron los unos
contra los otros y dejaron que los sueños se los llevaran.
Que bonito.
ResponderEliminarLa calma que precede a la tempestad...
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