lunes, 16 de abril de 2012

Barcelona (II)


Guilles se desperezó, mientras se estiraba cuan largo era y dejaba escapar un sonoro bostezo. Tras bostezar miró a su alrededor y de inmediato se dio cuenta de que Alanna no estaba. Había una nota escrita en la que se disculpaba pero que se estaba haciendo tarde y tenía muchas cosas que hacer y no quería despertarlos.

Guilles miró a través de la ventana, realmente era tarde, pasado mediodía quizás. Chasqueó la lengua para mostrar su fastidio y despertó a R’uya. Abdap tampoco estaba, seguramente se habría negado a separarse de Alanna. R’uya se incorporó, somnolienta:

-          ¿Qué ocurre? Tengo sueño…

-          Alanna sigue aquí. – dijo parcamente Guilles, mientras le tendía la nota.

-          Vaya – R’uya leyó varias veces la nota – Se ve que tenía prisa.

-          Se ha ido rauda como una tortuga.

-          Nosotros no podemos hacer nada, no sabemos donde se esconden los magos. – R’uya estaba molesta. – Pero tenemos nuestras propias obligaciones, la corte del rey nos espera.

-          Adoro los protocolos de los nobles. – bufó Guilles.

-          Tranquilo, esta corte te gustará, es diferente a las que estas acostumbrado.

-          Te entiendo… - repuso perplejo.

-          El rey es un Sátiro gruñón, o sea, muy viejo, pero es una de las cortes que mas artistas reúne.

Guilles asintió y se fue a buscar el desayuno. El mejor momento para visitar una corte feérica es la noche, cuando más hadas se hallaban libres de obligaciones mundanas y podían librarse a su aspecto feérico. En general las hadas tenían tendencia a reunirse, ya fuera en tabernas o en las cortes. De estas últimas había muchos tipos, ya que dependían del rango del señor del feudo y si eran luminosos u oscuros. De todas las cortes las cortes reales eran, por motivos evidentes, las más espléndidas o las más temidas.

Los territorios feéricos de la península se dividían en varios reinos, cuyas fronteras coincidían con los reinos del Medievo. El reino de Navarra era el más modesto, con diferencia con respecto al segundo, dada su población menor y la amenaza constante de los grandes reinos que lo rodeaban. El reino de Portugal poseía una corte variopinta que alimentaba los sueños de exploración y búsqueda de lo desconocido. El reino de castilla centraba su poderío en el ámbito militar, sus cortes eran famosas por las justas y los torneos y por sus ambiciones territoriales, especialmente por los reductos Eshu del reino de Granada que resistían valerosamente. Finalmente la corona de Aragón destacaba por su mecenazgo constante, alimentando la creatividad, dividido a su vez en diferentes reinos y condados unidos bajo el mando de un único rey.  Caso a parte era el de las Islas Baleares conformaban, que un reino independiente cuyo linaje real estaba emparentado estrechamente con el aragonés y con el que mantenían litigios constantes.

La corona de Aragón destacaba por su diversidad y su tolerancia, hecho que le había valido un aumento considerable de la población feérica con el paso del tiempo. Los reinos habían estado en guerra casi constante durante siglos hasta que, sin saberse muy bien los motivos, hacía unas pocas décadas se habían firmado diferentes pactos que habían provocado una paz quebradiza e inestable y un nuevo florecimiento en todos los reinos.

La corte real se hallaba en el edificio del Museo Nacional de Arte de Cataluña, pero aquella noche habían sido avisados de que se celebraría un concierto en el Palacio de la Música al que asistiría un gran número de hadas, tanto nobles como plebeyas.

R’uya no pudo evitar emocionarse ante la perspectiva de un gran concierto. Llevaba demasiado tiempo tocando en tabernas y habitaciones cerradas, se le haría raro no participar directamente del espectáculo pero aquella era una oportunidad inmejorable para descubrir los gustos de la audiencia local, quizás incluso podría conseguir tocar alguna pieza y llamar así la atención de posibles mecenas.

Se arregló con las mejores ropas que tenía, las que reservaba para tocar en la corte del barón de Bretesche. Forzó a Guilles a que se lavara con esmero y a que se vistiera con unos mínimos de coherencia. Parecía una colegiala enamorada a punto de ver a su amante y, en cierta manera, así era puesto que la corte barcelonesa era una de las más aclamadas artísticamente desde hacía décadas.

Una vez hubieron terminado los preparativos y hubieron cenado se dirigieron hacia el Palacio de la Música. El edificio se alzaba majestuoso, profusamente decorado no solo con una importante estatuaria, sino también con los propios elementos arquitectónicos. Los ladrillos rojos chocaban con el blanco de las estatuas y dibujaban arcos y columnas, incluso en una de sus esquinas los ladrillos habían sido dispuestos para dibujar un gigantesco árbol.

Pero si el exterior ya evocaba la belleza, el interior era como un palacio en el ensueño. R’uya admiró cada detalle con los ojos abiertos como platos. Estaba segura de que el arquitecto que lo construyera era una hada o bien había sido tocado e inspirado por estas. La sensación en el interior era acogedora para alguien como ella, un entorno creado para la música y la belleza. Se juró que algún día ella daría un recital allí.

Se quedó sin aliento al entrar en la sala de conciertos, una de las más grandes que había visto. Poco podría recordar de aquél primer día, pero siempre que lo evocara su alma vibraría con fuerza.

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