Guilles se desperezó, mientras se estiraba cuan largo era
y dejaba escapar un sonoro bostezo. Tras bostezar miró a su alrededor y de
inmediato se dio cuenta de que Alanna no estaba. Había una nota escrita en la
que se disculpaba pero que se estaba haciendo tarde y tenía muchas cosas que
hacer y no quería despertarlos.
Guilles miró a través de la ventana, realmente era tarde,
pasado mediodía quizás. Chasqueó la lengua para mostrar su fastidio y despertó
a R’uya. Abdap tampoco estaba, seguramente se habría negado a separarse de
Alanna. R’uya se incorporó, somnolienta:
-
¿Qué ocurre? Tengo
sueño…
-
Alanna sigue aquí. –
dijo parcamente Guilles, mientras le tendía la nota.
-
Vaya – R’uya leyó varias
veces la nota – Se ve que tenía prisa.
-
Se ha ido rauda como una
tortuga.
-
Nosotros no podemos
hacer nada, no sabemos donde se esconden los magos. – R’uya estaba molesta. –
Pero tenemos nuestras propias obligaciones, la corte del rey nos espera.
-
Adoro los protocolos de
los nobles. – bufó Guilles.
-
Tranquilo, esta corte te
gustará, es diferente a las que estas acostumbrado.
-
Te entiendo… - repuso
perplejo.
-
El rey es un Sátiro
gruñón, o sea, muy viejo, pero es una de las cortes que mas artistas reúne.
Guilles asintió y se fue a buscar el desayuno. El mejor
momento para visitar una corte feérica es la noche, cuando más hadas se
hallaban libres de obligaciones mundanas y podían librarse a su aspecto
feérico. En general las hadas tenían tendencia a reunirse, ya fuera en tabernas
o en las cortes. De estas últimas había muchos tipos, ya que dependían del
rango del señor del feudo y si eran luminosos u oscuros. De todas las cortes
las cortes reales eran, por motivos evidentes, las más espléndidas o las más temidas.
Los territorios feéricos de la península se dividían en
varios reinos, cuyas fronteras coincidían con los reinos del Medievo. El reino
de Navarra era el más modesto, con diferencia con respecto al segundo, dada su
población menor y la amenaza constante de los grandes reinos que lo rodeaban.
El reino de Portugal poseía una corte variopinta que alimentaba los sueños de
exploración y búsqueda de lo desconocido. El reino de castilla centraba su
poderío en el ámbito militar, sus cortes eran famosas por las justas y los
torneos y por sus ambiciones territoriales, especialmente por los reductos Eshu
del reino de Granada que resistían valerosamente. Finalmente la corona de
Aragón destacaba por su mecenazgo constante, alimentando la creatividad,
dividido a su vez en diferentes reinos y condados unidos bajo el mando de un
único rey. Caso a parte era el de las
Islas Baleares conformaban, que un reino independiente cuyo linaje real estaba
emparentado estrechamente con el aragonés y con el que mantenían litigios constantes.
La corona de Aragón destacaba por su diversidad y su
tolerancia, hecho que le había valido un aumento considerable de la población
feérica con el paso del tiempo. Los reinos habían estado en guerra casi
constante durante siglos hasta que, sin saberse muy bien los motivos, hacía
unas pocas décadas se habían firmado diferentes pactos que habían provocado una
paz quebradiza e inestable y un nuevo florecimiento en todos los reinos.
La corte real se hallaba en el edificio del Museo
Nacional de Arte de Cataluña, pero aquella noche habían sido avisados de que se
celebraría un concierto en el Palacio de la Música al que asistiría un gran
número de hadas, tanto nobles como plebeyas.
R’uya no pudo evitar emocionarse ante la perspectiva de
un gran concierto. Llevaba demasiado tiempo tocando en tabernas y habitaciones
cerradas, se le haría raro no participar directamente del espectáculo pero
aquella era una oportunidad inmejorable para descubrir los gustos de la audiencia
local, quizás incluso podría conseguir tocar alguna pieza y llamar así la
atención de posibles mecenas.
Se arregló con las mejores ropas que tenía, las que
reservaba para tocar en la corte del barón de Bretesche. Forzó a Guilles a que
se lavara con esmero y a que se vistiera con unos mínimos de coherencia.
Parecía una colegiala enamorada a punto de ver a su amante y, en cierta manera,
así era puesto que la corte barcelonesa era una de las más aclamadas
artísticamente desde hacía décadas.
Una vez hubieron terminado los preparativos y hubieron
cenado se dirigieron hacia el Palacio de la Música. El edificio se alzaba
majestuoso, profusamente decorado no solo con una importante estatuaria, sino
también con los propios elementos arquitectónicos. Los ladrillos rojos chocaban
con el blanco de las estatuas y dibujaban arcos y columnas, incluso en una de
sus esquinas los ladrillos habían sido dispuestos para dibujar un gigantesco
árbol.
Pero si el exterior ya evocaba la belleza, el interior
era como un palacio en el ensueño. R’uya admiró cada detalle con los ojos
abiertos como platos. Estaba segura de que el arquitecto que lo construyera era
una hada o bien había sido tocado e inspirado por estas. La sensación en el
interior era acogedora para alguien como ella, un entorno creado para la música
y la belleza. Se juró que algún día ella daría un recital allí.
Se quedó sin aliento al entrar en la sala de conciertos,
una de las más grandes que había visto. Poco podría recordar de aquél primer
día, pero siempre que lo evocara su alma vibraría con fuerza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario