lunes, 23 de abril de 2012

Barcelona (III)


Sola de nuevo, por elección propia, se enfrentaba al que sería quizás uno de los retos más desagradables del viaje. Barcelona contaba con tres capillas generalmente enfrentadas entre sí y con una política de alianzas fluctuante que impedía que cualquiera de las tres llegara a destacar excesivamente. Aquella situación, así como el hecho de las intrigas internas de cada capilla, dificultaba enormemente la decisión sobre la capilla a la que debía presentarse.

No había ningún mago Verbena en aquella ciudad, la mayoría estaban en poblaciones más pequeñas en las inmediaciones de la metrópoli. Aprovechando los pocos contactos que los magos de la torre del bosque de Bretesche mantenían con el exterior sabía que en aquellos momentos la capilla preeminente era la capilla en la que se concentraban los magos de la Orden de Hermes y que se había hecho famosa en los últimos tiempos por su feroz cacería dirigida hacia las criaturas sobrenaturales que pululaban por toda Cataluña y por el riguroso control y vigilancia a los que sometía a todas las capillas cercanas. No hacía falta ponerle mucho imaginación para saber que los líderes de la capilla y buena parte de sus miembros pertenecían a la casa Quaesitoris, la casa que formaba a los fiscales, jueces y ejecutores de la Orden.

Aquella no era una opción agradable, pero probablemente sería la más inteligente, ya que de lo contrario eran capaces de, al descubrir su llegada, retenerla hasta asegurarse de que no era un “elemento peligroso”.  Las otras dos capillas, que actualmente colaboraban estrechamente para intentar contrarrestar el poder de la primera, agrupaban por un lado a Cultistas del Éxtasis y Adeptos Virtuales, tradiciones numerosas en la ciudad; y por el  otro a miembros del Coro Celestial. Había unos pocos miembros de esas y otras tradiciones no alineados en ninguna de las capillas, pero resultaba complejo encontrarlos. Se encaminó hacia la sede de la Capilla hermética, en pleno casco antiguo barcelonés.

El edificio de la Capilla era la actual biblioteca de Cataluña, un edificio con cerca de seiscientos años de antigüedad y que en sus orígenes había sido uno de los mayores hospitales de los reinos peninsulares.

Alanna suspiró profundamente antes de entrar, tratando de reducir su nerviosismo. Subió las escaleras y se acercó al hombre que estaba sentado tras el mostrador. El hombre le dirigió una mirada aparentemente falta de interés, pero pudo captar en ella un matiz analítico.

-          ¿Qué desea? – la voz del hombre sonaba ronca, se la aclaró.

-          Venía pour ver… - Alanna se detuvo unos instantes, además de un fuerte acento afrancesado su dominio del castellano era poco más que un espejismo y con respecto al catalán apenas sabía chapurrear cuatro palabras. – a  los Mâitres d’Art.

El hombre enarcó una ceja con un gesto cansado.

-          ¿Francesa?

-          Bretagne.

La respuesta pareció despertar la curiosidad de su interlocutor.

-          ¿Qué edad tienes, pequeña? Esto es una biblioteca, aquí no hay Maestros de Arte. – Alanna notó que el hombre ocultaba parte de la verdad.

-          Creo que no me he expresado bien – Alanna remarcó sus siguientes palabras. – Quisiera hablar con los Mâitres d’Art.

-          Jovencita, creo que no me entiendes, es una biblioteca, no una escuela. – El hombre seguía terco en su postura, Alanna suspiró, empezando a exasperarse.

-          Mire, señor – Esta vez Alanna acompañó sus palabras con un hechizo de mente para desbloquear la situación – Busco a los Mâitres y ellos esperan que las étudiants como yo les visiten cuando están près de leur école.

-          Ya veo… - el hombre parecía un poco asustado. – Disculpe, señorita… son las normas… ya sabes… - bajó la voz - ¿a quién tengo que anunciar?

-          Alanna de Carnac de la tradition du Verbena.

El hombre asintió, descolgó el teléfono y tras unos breves segundos de charla guió a Alanna hasta una habitación de acceso restringido, tras ello volvió a su puesto. En la habitación no había nadie y con el paso de los minutos Alanna seguía estando sola allí. Tomo asiento.

-          Buenos días – un joven había aparecido al fin, hablando en un francés perfecto – Bienhallada Alanna de los Verbena, la presencia de miembros de vuestra tradición es rara en la ciudad. Soy Sexto, aprendiz de Máximo de la casa Quaesitoris, seré tu guía aquí.

Alanna apenas tuvo tiempo de asentir, Sexto dio media vuelta y la llevó hacia el interior de la capilla. No era alguien muy hablador, explicaba cada una de las habitaciones por las que pasaban de forma concisa y no planteaba otros temas de conversación. Pudo ver a bastante gente allí dentro, en su mayoría acólitos atareados, con prisas y cargados de libros.

Sexto la llevó hacia una zona que definió como “Ala de residencia para invitados” compuesto por un largo pasillo, bastante oscuro, con puertas bajas a ambos lados que daban a pequeñas habitaciones que recordaban más a las celdas de un monasterio que a otra cosa.

-          Te hospedarás aquí. – Cordial pero no amistoso – Ahora mismo los Maestros están bastante ocupados, te atenderán tan pronto como puedan. Las comidas se sirven a las siete de la mañana, a las tres de la tarde y a las diez de la noche. Ya te he indicado qué zonas puedes frecuentar. Si me disculpas, seguiré con mis obligaciones.

Y se fue. Alanna estaba sorprendida. No esperaba un recibimiento cálido, los herméticos nunca proporcionaban tales cosas, pero aquello era un insulto deliberado. Antaño los Verbena y los Herméticos habían competido por el dominio del Paradigma en Europa y aquellas luchas habían engendrado un resentimiento que aún persistía.

Aprovechó los dos siguientes días para pasear por los alrededores, buscó a R’uya y Guilles pero  ya no estaban en el albergue. Volvía a sentirse terriblemente sola y se arrepentía de haberse ido de su lado. Los herméticos y sus acólitos la trataban lo justo y necesario, no tenía nadie con quien hablar y las pesadillas se habían intensificado tanto que a menudo al levantarse por la mañana padecía dolores de cabeza o migrañas.

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