jueves, 12 de abril de 2012

Entropía (I)



María abrió los ojos, llorosos por el polvo que la explosión había levantado. Miró a su alrededor y se incorporó, con cuidado. La habitación parecía un campo de batalla, a los trozos de yeso caídos se le habían unido ahora los restos de las puertas y de los muebles.  Dís estaba recostado contra la pared a la que la explosión lo había empujado. Sus gafas de sol estaban rotas y su cuerpo cubierto de astillas de diferentes tamaños. Sus heridas parecían ser de gravedad y las manchas rojas crecían.

A través de las puertas a medio destruir aparecían diversos rayos y fogonazos, lanzados por sus oponentes y que, debido al polvo en el aire, no llegaban a acertarles, algunos caían cerca de Dís. María arrastró a su maestro hacia un lado para ponerlo a cubierto.

Miles había cogido una de las pistolas de Dís que había caído cerca de él y con calculada lentitud disparaba hacia el interior de la sala. Consiguió que los hechizos que les atacaban disminuyeran al forzar a sus conjuradores a ocultarse para evitar las heridas. Dís miró a su aprendiz y tosió, escupiendo sangre:

-          Ya no necesitaré estó. – Le tendió la otra pistola a su pupila y empezó a incorporarse.

-          No os mováis Acarya… necesito tiempo para curaros…

-          No, Morríghan – Tosió de nuevo. – Así estaba escrito, pero aún no he dado mi último golpe. Quédate las pistolas.

Dís se levantó dolorosamente, haciendo un titánico esfuerzo de voluntad.

-          ¿Por eso no había tiempo? – Las manos de María temblaban violentamente.

-          Así es. – La miró significativamente y mantuvo la sonrisa. – Estás preparada, ya no me necesitas.

-          Yo… yo no puedo… - la mirada de María cayó hacia el suelo. – No soy una Euthanatos… No quiero matarles pese a lo que han hecho.

-          No debes querer matar, pequeña, nunca debes desearlo.

-          Pero… ¿Por qué lo hacemos?

-          Porque es nuestro deber, nunca dijimos que fuera algo fácil – tosió. – Me queda poco tiempo, debo aprovecharlo.

Se recolocó el traje, ignorando el dolor que las astillas aún clavadas le infligían. Pese a los cortes y la sangre su aspecto seguía siendo elegante. Se adelantó unos pasos acercándose a Miles, quien estaba ajeno a todo lo que ocurría detrás y apuntaba con calma.

-          Miles… -empezó Dís.

-          Eso debe de haber sido un buen golpe. – Parecía feliz en medio del fragor de la batalla, demostrándole a Dís que aun permanecía bajo el influjo del silencio. Miles extendió una de sus manos hacia Dís, sin mirarle. – Perdona por la pistola, pero necesito un cargador que me quedo sin balas.

Dís le entregó dos cargadores.

-          Dame fuego de cobertura.

-          ¿Fuego de qué? – Miles empezó a girarse para mirar a Dís – ¿Tu te has vuelto loc…?

Miles se interrumpió al reparar en el estado de su amigo.

-          ¿Pero qué cojones..?

Dís se limitó a sonreir, ajustándose la corbata.

-          De cobertura.

Miles asintió. Dís tiró las gafas rotas a un lado y  realizó unos breves ejercicios mentales para poder ignorar el dolor.

-          ¿A la de tres? – preguntó Miles.

-          TRES – gritó Dís entrando en el Salón de los Concilios a la carrera mientras Miles empezó a disparar.

Dís corrió hacia una de las columnas. Apoyándo su espalda en ella, el dolor le forzó a una mueca. Miles se colocó al otro lado de la puerta, sin entrar en la salón. María permanecía en la retaguardia, paralizada por el miedo y la vergüenza de saberse incapaz de hacer nada para ayudar a su maestro.

Dís recitó unos lentos mantras, con voz monótona y grave. Alzó las manos y los brazos y un brillo verdoso se fue intensificando en torno a sus antebrazos. El resplandor se solidificó formando sendas cadenas, rodeando los brazos y manos del Euthanatos, mientras se prolongaban hasta el suelo. Brillaban de manera antinatural y evocaban desesperanza y muerte.

Tomó aire y salió de su escondrijo, agitando los brazos con movimientos rápidos y calculados las cadenas restallaron en el aire. Dís avanzó esquivando algunos de los hechizos que le lanzaban y dirigió sus cadenas contra los miembros de Fiducia. Cada uno de los eslabones de la cadena contaba con dos púas, una a cada lado de la cadena, que al golpear al primer mago rasgaron ropas, piel y carne. La otra cadena barrió la mesa que usaba fiducia y se enroscó en el cuerpo de otro mago.

Cómo si tuvieran voluntad propia y estuvieran sedientas de sangre, la primera cadena golpeó de revés al mago que había herido mientras la segunda alzaba y arrojaba al otro mago contra el techo. Ambos magos tuvieron poco tiempo para reaccionar o gritar antes de morir.

Un proyectil ígneo alcanzó de lleno a Dís haciéndole perder el equilibrio. Pese a todo ejecutó otro barrido antes de caer, alcanzando a otros dos magos en sus cuellos y aplastándolos con tanta fuerza contra la mesa que terminó por partirla. El último hechizo que impactó sobre Dís le arrancó la vida y las cadenas se deshicieron en el aire. El silencio sólo fue roto por las últimas detonaciones de la pistola que empuñaba Miles.

En otro lugar, no muy lejos de allí, el reparador sueño de Alanna se quebró de pronto. Gritó en la noche cubierta de un sudor frío y se levantó. Se vistió a toda prisa y corrió hacía la cubierta exterior del barco guiada por el destino truncado. A lo lejos ya se veía el resplandor de las luces de Palma en la noche, con la catedral destacando en el mismo centro de la bahía. Llegaba tarde…

2 comentarios:

  1. El trozo de hoy se lo dedico a Marc Reynés, el hechizo de las cadenas está inspirado en una ilustración suya, en concreto esta: http://sinpostnohaydibujo.blogspot.com.es/2012/02/mago.html

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  2. Ei como molan esas cadenitas jejejeje

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