jueves, 19 de abril de 2012

Entropía (II)


La música sonaba a todo volumen, aumentando el dolor de cabeza de Elsa. Dís había drenado intencionadamente gran parte de su energía y vitalidad para aparentar una tortura prolongada. Lo había hecho de manera que no doliera ni fuera realmente peligroso, pero desde entonces sentía nauseas y una debilidad extrema. Aquellas horas eran en sí mismas una tortura que le recordaban a cada instante porqué había odiado y odiaba a las tradiciones.

Pese a admitir que aquellos subversores actuaban con una gran responsabilidad, suponían un peligro y un descontrol. Quizás fuera posible convencer a alguno para que abrazara los ideales de la Tecnocracia, si había la posibilidad, ella abogaría por aquella solución. Sentía como si la estuvieran golpeando con un martillo en la cabeza. Desorientada, desconocía cuantas horas llevaba ya así atada y sufría desvanecimientos intermitentes.

Haxor contemplaba cómo el ácido corroía lenta e inexorablemente todo aquello que había construido y en lo que había trabajado desde que despertara. Por primera vez en años lloró. No había imaginado cuan doloroso podía llegar a ser presenciar aquella escena, pero el desconsuelo, el vacío que sentía en aquél instante iba más allá de todo lo que había sentido jamás.

Aquellos eran sus niños, a los que había mimado y cuidado desde el primer día. Eran su pasión y su amor. Por primera vez en su vida se arrepentía de todo, de su orgullo y de su testarudez. Sí, se había ido lo grande, pero el coste era excesivo como advertía en aquél preciso instante. Mientras las lágrimas corrían el ácido dañó el reproductor de música, emitiendo unos últimos y estridentes sonidos antes de apagarse.

Sabía que los grupos de asalto tecnócratas llegarían pronto. Valoró durante unos instantes nuevamente la idea del suicidio. Rápidamente la descartó, por los mismos motivos que la anterior vez. Le quedaban dos opciones, luchar a muerte al estilo de los herméticos o dar uso a su plan b.

Paladeó la posibilidad de combatir, pero ella no era una combatiente, no le gustaba combatir como un mago tradicional, era primitivo, sucio y molesto. Ella siempre había actuado como elemento de apoyo, los que luchaban eran Dís y Miles. Barreras defensivas, hackear sistemas… esas eran sus funciones, pegar tiros o quemar gente no iban con ella. Con todo decidió que aquello no sería apropiado.

Sólo le quedaba su netbook y decidió que puestos a caer, lo haría con estilo. Se dedicó a levantar barreras defensivas a su alrededor para poder ver a sus atacantes antes de activar el “hard reset” que había preparado en caso de necesidad, se quedaría en su configuración inicial, lo que en términos mundanos significaba que borraría de forma permanente todos sus recuerdos, del primero al último. A efectos prácticos sería como un bebé.

Aquello le resultaba medianamente gracioso, los tecnócratas se encontrarían ante un bebé de metro y medio que les había causado más problemas de los que se podían imaginar y no le conseguirían sonsacar nada.
No era un gran final, sabía que la tecnocracia la usaría como conejillo de indias, pero ya no importaba, nada importaba.

Elsa oyó como echaban la puerta abajo, oyó las voces de los agentes, oyó como la llamaban y la desataban. La identificaron con rapidez, todos los agentes del NOM estaban registrados y se requerían unas pocas células para la identificación genética.

-          ¿Dónde están los captores, agente? – la pregunta era hecha con insistencia.

Elsa apuntó débilmente hacia las escaleras y luego a un lado, hacia la biblioteca:

-          Sus… informes… mi… informe…

El agente asintió, con dos gestos rápidos y secos dividió al  su equipo en tres grupos. El primero se dirigió a la biblioteca e inició su inspección, el segundo permaneció con Elsa para iniciar su recuperación y retirarla de la acción con seguridad. El tercero se encaminó escaleras arriba.

Haxor contempló con cierta hilaridad como los comandos tecnócratas se estrellaban contra sus barreras. Siguió riendo cuando sus disparos también se toparon con la barrera. Aquello no duraría y ya les había provocado lo suficiente para irse con un buen sabor de boca, al final, sería una leyenda.

Se sentó cómodamente en la butaca y abrió su netbook. Lo había preparado previamente para que sólo contuviera un único programa ejecutable. Introdujo el código con calculada lentitud, arrastrando los dedos por el pequeño teclado.

42.61.67.41

Las sensación fue extraña, no vio pasar su vida por delante de sus ojos, solo notó un creciente vacío. Intentó recordar, pero sin saber qué. Pronto no recordaba ni qué era recordar. Sintió cierto desaliento, pero segundos más tarde aquél concepto había desaparecido y se acurrucó en el sillón.

Los comandos consiguieron romper la barrera al fin e invitaron a Haxor a rendirse. El netbook cayó al suelo y la Adepta ladeó ligeramente la cabeza mientras una baba corría desde la comisura de sus labios. La mirada sin comprensión que les devolvió a los comandos les hizo dudar unos instantes. Elsa vio cómo se llevaban a Haxor de la mano, con paso vacilante y mirada perdida.

-          ¿Qué haréis con ella?

-          Intentaremos obtener toda la información posible. – Respondió el jefe del comando – A ti, Agente, también vamos a tener que interrogarte.

Elsa asintió, la habían tumbado en una camilla portátil y ya le habían inyectado suero. Se durmió debido al cansancio y la debilidad. Cayó en el pesado y reparador sueño del que está exhausto.

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