jueves, 5 de abril de 2012

A través del Pirineo (y II)


Alanna tragó saliva, había esperado no encontrarse con ninguno mientras cruzaban las montañas. Los hombres lobo eran muy distintos a como los pintaban las leyendas populares. Eran capaces de controlar cuándo se transformaban y eran plenamente conscientes de sus actos mientras estaban transformados. Componían una de las visiones más maravillosas y aterrorizantes que conocía.

Al igual que los lobos, eran criaturas extremadamente territoriales. Solían vivir en clanes y actuaban en manada por lo que era prácticamente imposible que aquél espécimen que se había mostrado estuviera solo. Eran enormes, rápidos y poseían una fuerza terrible. Eran, en definitiva, más peligrosos que los vampiros o que la mayoría de magos y demás criaturas con poderes más allá de lo “natural”. Sólo magos muy poderosos podían enfrentarse a los hombres lobo con ciertas garantías de supervivencia.

Los Garou, como se llamaban a sí mismos, odiaban a los vampiros y a los magos por igual, los unos representaban un estatismo antinatural y los otros por contra, un cambio antinatural. Los Garou eran los guardianes de Gaia y defensores, por tanto, de la naturaleza y de todas sus creaciones contra las fuerzas de corrupción que representaban los vampiro y los, para ellos, propios magos.

Si Alanna quería salir viva de aquél lugar debería ser cauta. Contaba a su favor el pertenecer a la tradición de magos que en mejores términos estaba con los Garou. No era una garantía de supervivencia en absoluto, pero aumentaba las posibilidades. Conocía los rudimentos más básicos de la diplomacia con los Garou, pero nunca se había encontrado con ellos sin que la acompañara alguna de las ancianas de su círculo druídico de Carnac.

-          Bienhallado seáis, guardián. ¿Deseáis compartir con nosotros la cena? No es muy generosa, pero es todo lo que tenemos y con gusto la compartiríamos. – Si el Garou aceptaba se establecería entre ellos el vínculo de la hospitalidad, cuyas reglas estaban perfectamente establecidas desde tiempos inmemoriales.

-          ¿Quién osa hollar con sus pies las tierras de mi clan y por qué motivo deberíamos permitiros vivir? – La voz profunda y gutural del Garou resonó entre las rocas como un rugido.

-          Yo soy Alanna de Carnac, Druida de los Verbena – Enfatizó su condición de Druida y la pertenencia a los Verbena esperando una reacción positiva. – Mis compañeros son R’uya de los Eshu y Guilles de los Pooka. Viajamos en dirección sur y nuestra presencia en vuestras tierras se ha visto alargada al atraparnos la noche en pleno camino.

El Garou entrecerró los ojos y evaluó a los tres viajeros durante unos instantes que se les hicieron eternos:

-          Tu clan ha sido amistoso con el nuestro en el pasado, maga. – Alanna detectó con alivio una mayor relajación en el tono del garou – Soy Nascut-del-Vent, hijo de los Fenrir, guardián de estas tierras.

R’uya y Guilles permanecían en absoluto silencio, pese a que R’uya tenía esa mirada que ponía siempre que era asaltada por la necesidad de preguntar mil cosas. Por una vez se controlaba y guardaba silencio.

-          Grande es nuestro honor, Guardián del túmulo. –continuó Alanna, escogiendo con sumo cuidado sus palabras  - ¿Nos concede el Guardián permiso para pernoctar al abrigo del viento entre estas rocas por una noche? Por la mañana, al alba, levantaríamos nuestro campamento y continuaríamos nuestra travesía hacia el sur.

Nascut-del-Vent permaneció pensativo de nuevo, valorando el riego potencial que Alanna y sus compañeros podían representar:

-          ¿Con qué fin habéis iniciado vuestro viaje?

-          Marchamos en pos del destino, Guardián. – Nuevamente Alanna fue cuidadosa al hablar – La corrupción acecha más allá del mar y mi deber es combatirla, los sueños así lo dictan.

El Garou aulló con potencia, parecía llamar a alguien:

-          La anciana dictará si tus palabras son veraces, Alanna de los Verbena.

Tuvieron que esperar cerca de media hora durante la cual Nascut-del-Vent se negó a intercambiar palabra alguna. La espera fue tensa y los nervios estaban a flor de piel, habían oído el movimiento de al menos tres o cuatro lobos más, si la anciana decidía que mentía no podrían hacer nada para defenderse y la huida sería imposible.

La anciana era una mujer de edad muy avanzada. La piel tostada por el sol y muy arrugada, sus ojos lechosos delataban su ceguera. Vestía pieles y abalorios. A R’uya le recordaba a los chamanes prehistóricos. La sostenía un joven de unos 18 o 19 años, de pelo espeso y negro, ojos oscuros y vestido con ropas de montañero. Su expresión era grave y cargaba además con varios cuencos llenos de inciensos.
La anciana indicó a Alanna que se sentara frente a ella, el joven preparó todo lo necesario y encendió los inciensos, que pronto arrojaron un aroma penetrante al aire.

-          Pequeña, cuéntame tus sueños.

Alanna se los contó, en voz baja, mientras la anciana asentía con gravedad. Su rostro mostraba una expresión amable y tranquilizadora. El joven se mantenía prudencialmente apartado y Nascut-del-Vent seguía inmóvil en el sitio en el que se había dejado ver por primera vez. Estuvieron un buen rato de aquélla manera hasta que la anciana decidió que ya había oído suficiente y pidió ayuda al joven para levantarse. Éste acudió prontamente y una vez la hubo levantado apagó los inciensos y recogió los cuencos.

-          Nascut-del-Vent, estos jóvenes podrán pasar por nuestras tierras y debemos procurar que crucen las montañas sin contratiempos, sobre ella pesa el destino de otros. – Se giró hacia Alanna. – Distinto del que crees tener, pequeña, pero no menos importante.

-          ¿Cuál es mi destino, venerable anciana? – había un toque de desesperación en la voz de Alanna.

-          A su debido momento te será revelado, suerte en tus viajes, pequeña maga.

Sin decir nada más, la anciana se giró y marchó apoyada en su joven acompañante. Nascut-del-Vent hizo una seña hacia los árboles y desapareció.

Los siguientes dos días los dedicaron a salir del Pirineo y entrar en territorio peninsular. No vieron a ningún garou durante aquellos días, salvo al joven que acompañó a la anciana, se supieron observados durante todo el trayecto. El final del viaje se acercaba y ya sólo tenían que llegar a Barcelona y embarcarse hasta las islas.

1 comentario:

  1. Me mola el nombre que le as puesto al garou. El detalle en catalan es cojonudo jejeje

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