lunes, 14 de mayo de 2012

Isla de la Calma (I)


Miles alzó el puñal, mirando fijamente a María con sus ojos llameantes. El rostro de la joven se relajó, y se calmó. María ya había vivido una experiencia cercana a la muerte, hacía apenas unos meses aquello la habría derrumbado, pero de pronto se dio cuenta de que no tenía miedo y estaba dispuesta a morir. Sonrió a Miles consiguiendo que él permaneciera quieto. La llama de sus ojos empezó a menguar hasta que desapareció, la brisa cayó cediendo a la quietud del aire y pudo ver como las sombras se desvanecían.

-          ¿Por qué te paras, Miles? – Iris transmitía de pronto un gran nerviosismo. – Estas a punto de ser libre, ¡Hazlo!

-          No recorreré esa senda. – La voz de Miles había cambiado, sonrió a María guiñándole un ojo.

Miles se volvió hacia Iris, erguido, desafiante y apuntó con el puñal hacia la maga corrupta.

-          Como has dicho, he sido una marioneta en tus manos – no había pesar en sus palabras. – Pero hay cosas que he conseguido gracias a ello.

-          No digas estupideces, ¡Sacrifícala! – Iris, imperiosa, volvía a estar en la posición que recordaba a la de una bestia salvaje acorralada.

-          Mi alma y la de Érato han sido atadas más allá de esta vida y siempre se reencontrarán. – Miró el puñal – Esto que me has dado corta los hilos que tu habías tendido, pero no como pensabas que lo haría.

-          ¿Cómo…? – la incomprensión y la rabia, el miedo al fracaso embargaban a Iris.

-          Ha hecho falta la sonrisa de un alma pura que aceptaba su muerte para que despierte de mi sueño.

-          Tu lucidez no durará, luego volverás a estar sólo, Miles.

-          Sé que no durará, pero no habrá un luego, ni para ti ni para mí. – Miles cerró los ojos durante dos segundos. – Ignis.

La llamarada que creó Miles se dirigió hacia Iris mientras esta conseguía esquivarla a duras penas. Con sus gritos alarmó a varios tecnócratas que habían permanecido ocultos hasta ese momento. María se tumbó en el suelo, de nuevo, para ponerse a cubierto de los disparos, y se abrochó la camisa. Palpó con la mano el suelo buscando una de las pistolas que debería haber caído por allí.

Miles se había enfrascado en el combate. Sus hechizos ahora eran más débiles, más comedidos, pero mucho más precisos. No tardó más de treinta segundos en neutralizar a los tecnócratas y encararse de nuevo a Iris. El viento que rodeaba en aquellos momentos a Miles era cálido y acogedor, las llamas de los ojos se habían tornado blancas y las sombras a sus pies ya no absorbían la luz a su alrededor, desprendían una profunda y pesada tristeza.

Iris estaba de pie, cerca del pasillo de salida, en su terrible y repulsivamente atrayente belleza.  A su alrededor las sombras parecían más profundas, como si se tragaran todo lo bueno y hermoso que había en el mundo. A pocos pasos se colocó Miles, alto y orgulloso, su aspecto era casi regio.

María suspiró al ver a Miles de aquella manera, entendía por fin por qué Dís había admirado tanto a su compañero. Había algo anacrónico en él, una fuerza que iba más allá de aquella edad gris y triste en la que la maravilla escapaba y moría ante el empuje de la razón. Se trataba de una fuerza que habría arrastrado a otros a luchar hasta vencer o morir por un ideal. Vagamente, tuvo la sensación de que aquello era lo que la Orden de Hermes podría llegar a ser si fueran capaces de superar su propia arrogancia. Se le antojó que en los herméticos residía el liderazgo necesario para guiar a las tradiciones en su lucha por la ascensión, pero tenían que vencerse primero a sí mismos.

Los siguientes hechizos que intercambiaron se anulaban entre sí, demasiado igualados en poder como para que uno de los dos venciera. María, mientras tanto, encontró su pistola y la aferró sintiendo consuelo en la fría empuñadura.

-          Las cosas cambian, Iris. - Observó Miles. – Tu corrupción te ha otorgado poder, pero sigues sin poder vencerme.

-          Tú tampoco puedes vencerme – se sonrió satisfecha. – Y tu pronto enloquecerás de nuevo.

-          Ya te he dicho que lo sé – Repitió Miles con voz cansina, luego sonrió. – Pero no creas que no puedo contigo.

Miles embistió a Iris, placándola y aprovechando que la había tomado por sorpresa. La agarró por las muñecas con una mano y puso la otra a escasos centímetros de su rostro.

-          Ha llegado la hora de morir.

-          ¡No hoy! – Gritó Iris, asustada por primera vez.

Se oyó un fuerte chasquido y Miles cayó al suelo. Iris había desaparecido.

-          ¡Maldita zorra! – gritó exasperado - ¡NO!

Miles se levantó airado de nuevo, los ojos empezaban a llamear de nuevo en tonos verdeazulados.

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