miércoles, 16 de mayo de 2012

Isla de la Calma (y II)


Se encaró a María y la miró gravemente:

-          Morríghan, tienes que matarme.

-          ¿Qué?  - María no entendía a Miles.

-          En mi estado, pronto volveré a caer en silencio, ya estoy cayendo. – dijo Miles. – Y esta vez será para no volver a levantarme.

-          Pero… - Objetó

-          Ya has visto lo que he hecho, no quiero convertirme en eso.

-          Yo no quiero…

-          No se trata de lo que quieres, sino de lo que debes – la cortó con contundencia, mientras el llameo de sus ojos seguía oscureciéndose. – Y sabes que debes darme muerte, estoy más cerca de la corrupción de lo que debería y si no lo haces me perderé irremediablemente.

María asintió, temblorosa.

-          Estas son mis últimas órdenes, acaba conmigo y acaba con Iris, cueste lo que cueste. Ella es una Nefanda ahora, la esencia misma de la corrupción. – Miles sonrió, el viento volvía arreciar cada vez con más fuerza a su alrededor. – Y por lo que más quieras, no dejes que te embelese con sus cantos.

María bajó la mirada y preparó el arma, comprobó el cargador y quitó el seguro. Lo hacía con lentitud deliberada tratando de reunir el valor. Asió la pistola con ambas manos, el pulso le temblaba. Apuntó a Miles al corazón y lo miró con lágrimas en los ojos.

-          No puedo…

-          Eres una Euthanatos, haz tu trabajo. – Miles sonrió justo antes de sumergirse de nuevo en los abismos de la locura.

La joven maga bajó la cabeza, cerró los ojos y suspiró profundamente. Cuando alzó de nuevo el rostro su pulso ya no temblaba, sus ojos estaban secos, su mirada decidida. Apretó el gatillo una, dos y hasta tres veces. Miles recibió los disparos con los brazos abiertos, sin perder la sonrisa. Mientras caía las llamas de sus ojos desaparecieron, el viento amainó y las sombras a sus pies desaparecieron. Chocó con su espalda con la pared y se deslizó por ella dejando un rastro de sangre hasta quedar sentado. Dirigió una última mirada, vidriosa, hacia María y abrió la boca para decir algo, pero nunca se podría saber qué.

María se acercó hasta él y, tal y como le enseñara Dís, se arrodilló a su lado, le cerró los ojos y puso una moneda en su boca.

-          Kazaríste ten psijé sas ta eleuzera kanália.

Pronunció aquellas palabras que le enseñó Dís. No sabía que significaban, pero puso las manos en forma de cuenco y las tendió hacia el mago caído en forma de ofrecimiento. Una luz de un verde malsano salió de la boca del muerto y se materializó entre sus manos con la forma de un eslabón de cadena, idéntico a los eslabones de las cadenas que Dís usara antes de morir. Finalmente el eslabón se desvaneció y María se levantó.

***

Alanna había llegado apenas unos minutos atrás al edificio. Desolada miró como la muerte se había cebado con tantos hombres, muertes por efecto de la magia de un loco. Los aspersores de agua habían apagado el incendio hacía tiempo, pero los rastros del mismo eran evidentes. No había acudido nadie a socorrer a los heridos.

Minutos antes había sentido que su destino se truncaba de nuevo, había sentido el vacío que aquello había provocado, pero aún quedaba mucho por hacer. No sabía que había ocurrido allí, no sabía el motivo de tanta muerte pero sí sabía que una corrupción más allá de lo imaginable había huido, había conseguido escapar. Avanzó de habitación en habitación sanando a los pocos que podían ser sanados y terminando con el sufrimiento de los que no. Avanzó hasta que encontró un ascensor y se metió en él.

Bajó piso por piso hasta que encontró una sala repleta de resonancias oscuras, observó a una  joven, que aparecía en sus sueños, arrodillada frente a un mago muerto. Vio como una luz verde salía del cuerpo del caído y se ligaba a la joven. Sus miradas coincidieron, oscuros los ojos de una, claros los de la otra. La joven de cabellos y ojos oscuros se acercó a ella y se miraron detenidamente.

-          Debemos irnos de aquí, llegarán muchos tecnócratas en poco tiempo y preferiría no encontrármelos.

Alanna asintió:

-          Soy Alanna, de los Verbena.

-          Morríghan, de los Euthanatos.

No necesitaron decirse más, al encontrarse ambas habían sentido una gran calma y paz, conscientes de que todo lo que había ocurrido había sido para que aquél encuentro se pudiera producir.

Tras subirse de nuevo al ascensor y volver a la planta por la que habían entrado, salieron por la puerta que Miles había reventado. Lejos, en el horizonte, el sol despuntaba ya lanzando sus primeros rayos de luz rojiza.

-          Tras las nuits oscuras llega la luz que despeja las sombras del futuro. – Sonrió Alanna con su fuerte acento.

-          La oscuridad siempre acecha, profunda, especialmente cuando la luz es más fuerte. – Respondió María.

Y la luz de aquél amanecer era fuerte, deslumbrando a María, cuyos ojos se habían acostumbrado a la penumbra del interior del edificio. Rebuscó en sus bolsillos y extrajo las gafas de sol que habían pertenecido a Miles. Se las colocó con cuidado tras inclinar levemente la cabeza mientras lo hacía. Al alzar de nuevo el rostro aquellas gafas conjuntaron con su expresión grave. 

Suspiró.

Finalmente las dos jóvenes se encaminaron hacia la ciudad para perderse por sus calles mientras el sol se levantaba sobre una ciudad que ignoraba los hechos que se habían vivido aquella noche.

3 comentarios:

  1. Has...
    Matado...
    A...
    Miles...














    ODIO SARRACENO!!!!!

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  2. No si... al final resultará que Miles caía bien ¬¬

    Pero que quieres que te diga, su muerte estaba programada desde que empecé a escribir Magi ^^

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