lunes, 11 de junio de 2012

Interludios: El pecio



Nuevo interludio, éste se debe a que el magnífico ilustrador Marc Reynés (del que ya os hemos hablado alguna vez en este blog y del  que podréis ver parte de sus trabajos en http://sinpostnohaydibujo.blogspot.com.es/me pidió que hiciera un relato de la ilustración que aparece a mitad de esta publicación, así que... aquí lo tenéis.

***

Aquello le daba mala espina, desde el principio. Encontrar pecios abandonados en medio del espacio, en rutas que no usaban ni los contrabandistas, era un hecho ya de por sí excepcional, pero que el pecio fuera una nave alienígena de un modelo desconocido, aquello era malo.

Muy pocas, extremadamente pocas, eran las razas capaces de llevar a cabo viajes espaciales y ninguna de ellas tenía relaciones amistosas con las demás. Después de las últimas grandes guerras espaciales, en las que la destrucción y el salvajismo de las distintas razas se habían cebado con los civiles se había logrado una paz inestable, debido a que cada una de las mismas estaba exhausta.

Todas competían por unos espacios que definían como vitales, todas habían subyugado o extinguido a las razas inteligentes menos avanzadas que habían encontrado en sus áreas y cuando se habían topado con razas tecnológicamente iguales, el conflicto siempre era inevitable. Era una mera cuestión de supervivencia, la mayor parte de las veces no había habido odio entre las razas, no hasta las últimas guerras en las que sí se habían causado odios que no desaparecerían aunque pasaran décadas.

Él había sido un marine de asalto, de los locos que se lanzaban con sus trajes hacia las naves enemigas o que las penetraban con barcazas de asalto y había sobrevivido a la nada despreciable cifra de treinta y siete batallas, era uno de los más veteranos. Al acabar la guerra se había retirado del ejército, harto de tanta sangre y de los alienígenas y se había convertido en marinero de una nave mercante que se dedicaba al comercio interno entre los planetas de las federaciones humanas, sin alienígenas por medio que molestaran.

Los odiaba, con abrumadora pasión, las raras veces que veía a uno se veía obligado a refrenarse para no lanzarse de inmediato para arrancarle el corazón (o los corazones en el caso de los Eclidianos). Y al ver el pecio había sugerido primero e insistido después en lanzar varias cargas explosivas y enviarla al olvido para siempre. El capitán se había negado y, no contento con eso, había reunido a los tres marineros con experiencia militar que tenía en su propia tripulación y los había armado con carabinas de baja calidad y les había ordenado escoltarle por el interior del pecio abandonado.

Los tres veteranos se encogieron de hombros, pero se miraron entre sí, nada convencidos. Su experiencia les indicaba que entrar en naves alienígenas era una idiotez, lo mejor era destruirlas a distancia y no volver a preocuparse por ellas, pero el Capitán, un joven inexperto que sólo había conocido a comerciantes no humanos sentía curiosidad por visitar el interior de una de esas naves.

Mientras se acercaban con la nave de salvamento vieron las abruptas líneas del pecio con todo detalle, a nadie le sonaba ni remotamente el modelo de nave. No se parecía a nada que hubieran conocido antes y aquello les perturbaba. Parecía mantener aún en marcha algunos de sus equipos, unas pocas luces y quizás algunos de los ordenadores de a los veteranos añoraron los escáneres de signos vitales que tantas emboscadas les habían evitado. Suspiraron.

Alcanzaron una zona lisa donde pudieron posar la nave, iniciando los trabajos de acoplamiento estanco y perforación del casco para acceder al interior de la nave. Reut, experto en demoliciones y sabotajes se encargó mientras Trup y él mismo se mantenían alerta y apuntando al que pronto sería un boquete en el casco de un metro veinte de diámetro. El capitán se mantenía unos pasos por detrás.

La placa cortada cayó pesadamente y todos sintieron como se les hacía más difícil caminar. Los sistemas gravitatorios seguían en marcha y pertenecían a una raza procedente de un planeta con una gravedad mayor, aquello era un nuevo contratiempo y los veteranos se empezaron a preocupar. De las cinco grandes razas exploradoras, sólo una procedía de un planeta más pesado que la tierra y eran enemigos formidables.

-          Craf – le dijo Trup – cuando Reut se aparte salto primero, luego me sigues tu… capitán, usted espere aquí hasta que aseguremos la zona.

Tanto Craf como el capitán asintieron. Reut se apartó y Trup saltó, cayendo con un gran golpe que resonó en los vacíos pasadizos del pecio.  Craf le siguió y ambos aseguraron la zona. Reut fue el tercero en bajar, usando una escalerilla portátil y finalmente el capitán.

Exploraron la nave con metódica paciencia, sin dejar huecos, los veteranos estaban demasiado acostumbrados a sorpresas en el interior de las naves enemigas como para permitirle al inexperto capitán de una nave mercante tomar las decisiones. No se separaron tampoco, la experiencia les enseñó que separarse era siempre una mala idea.

En el interior, las líneas seguían siendo abruptas y seguían sin encontrar referentes conocidos, la nave estaba fría y a oscuras acrecentando su inquietud a medida que avanzaban. El puente de mando, o lo que creían que era el puente de mando, estaba desierto y unas pocas lucecitas parpadeaban. No comprendieron ni fueron capaces de relacionar los signos que allí había con ningún otro que conocieran.

Siguieron explorando, bajando varias cubiertas hasta llegar a una puerta de grueso metal cerrada a cal y canto. Los veteranos no querían abrirla, querían irse de nuevo a casa, pero el capitán no transigió. Soplete en mano Reut necesitó varias horas para agujerear la puerta, hasta que finalmente cedió. Tras ella había bastantes luces encendidas, pero nadie vivo, aunque técnicamente decir nadie era incorrecto.

Varios tanques de suspensión vital estaban repartidos por la sala, la mayoría de ellos apagados hacía muchísimos tiempo y con cadáveres de los que sólo quedaban los huesos aún flotando en sus aguas enturbiadas. Sólo uno de los tanques permanecía aún en funcionamiento y su contenido fascinó a los presentes.

Un cuerpo femenino de una belleza sobrecogedora, con piel y pelo blancos y completamente desnuda y con un vacío, una nada oscura si es que podía llamarse a eso oscuro, en el centro mismo de su pecho. Parecía humana, aunque algunos rasgos y detalles como la piel y el pelo eran inusuales y jamás había visto nada parecido a lo que portaba en su busto. Parecía estar aún viva, aunque con el tiempo que debía de llevar en suspensión era difícil de adivinar hasta qué punto.



Se miraron entre sí sin saber qué hacer. Finalmente, el capitán decidió llevarse a la chica, pues si estaba viva podría ser muy valiosa para alguno de los gobiernos de la federación. Una fuente de información increíble y para él era una suerte haberla encontrado. Los veteranos obedecieron, en contra de su propia voluntad. No sabían quién ni qué era, que era capaz de hacer ni cuánto tiempo llevaba en suspensión, despertarla podía ser traumático y arrastrarla hasta algún sucio laboratorio para convertirla en una esclava sometida a quién sabe qué no era una idea que agradara a ninguno de los presentes, salvo al propio capitán.

Tardaron horas en encontrar la manera de liberarla, una manera para nada sutil puesto que al no descubrir los mecanismos para liberarla optaron por reventar el tanque. La mujer cayó arrastrada por los líquidos tan bruscamente liberados y Craf la cargó lo más amablemente que pudo evitando tocar la oscuridad. Tras comprobar que sus signos vitales seguían allí, aunque algo alterados, se fueron de la nave y volvieron al mercante, instalando a la mujer en la enfermería. Se turnarían cada ocho horas para vigilar su progreso.

Reut la vigiló durante las primeras ocho horas pero no pasó nada, Trup realizó el siguiente turno con idéntico resultado. Craf realizó el tercer turno, a desgana. La mujer resultaba inquietante para él. Su piel de alabastro rota por la negrura resultaba hipnótica y Craf apartó la sábana para poder observarla con detenimiento. Normalmente habría llevado a cabo ese gesto para contemplar las formas de la mujer, pero esa vez no.

Llevaba tres horas observándola cuando ella se movió por primera vez, apenas las puntas de los dedos, pero Craf se puso en guardia. Una hora más tarde ella despertó con un grito y cubriendo su desnudez mientras miraba asustada al veterano. Éste estaba apuntando hacia ella con una vieja pistola robada al ejército. Sus respiraciones aceleradas y el nerviosismo que ambos compartían creaban una extraña sensación en Craf, como si en cierto modo fueran iguales. Craf bajó su pistola y ella se tranquilizó.

-          No te haré daño pequeña – le dijo Craf mientras le tendía una mano, ella se acurrucó contra la pared, sin dar muestras de comprender. Él se señaló a sí mismo – Craf.

-          ¿Ggraff? – Pronunció titubeante.

-          Craf – insistió con una sonrisa.

-          Meliet – la chica se señaló a sí misma. Craf sonrió de nuevo mientras enfundaba la pistola con movimientos lentos y pausados.

La nave empezó a temblar violentamente, Meliet volvió a asustarse y a gritar pero Craf se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos poniendo cuidado en no tocar la negrura, alrededor de la misma se sentía un frío gélido.

-          Estamos aterrizando, Meliet. – Ella lo miró, sin comprender.

Cuando se produjo el violento golpe contra el suelo producto del aterrizaje Craf levantó los protectores exteriores de las ventanas y miró a través de ellas. La visión que obtuvo no le gustó: Un pelotón del ejército de la federación los esperaba, junto con varios furgones de retención. Vio como el capitán salía a recibirles con los brazos abiertos y como era tiroteado en la cabeza sin haber mediado palabra alguna.

Reconoció los movimientos de los soldados que se adentraron en la nave, típicos de un grupo de asalto recién salido de la academia. Negó con la cabeza y desenfundó la pistola. Meliet estaba de nuevo asustada tras oír el tiro fuera de la nave, pero dejó que Craf la tomara de la mano y la arrastrara en una carrera frenética a través de los pasadizos del mercante.

-          ¡Ahí está! – la voz metalizada de un soldado con la faz cubierta por una máscara de combate y los pesados pasos de las botas militares de todo un comando se acercaron hacia ellos, las balas surcando el aire a su alrededor.

Craf corrió hasta la bodega de carga y empujó a Meliet hacia su interior, disparó tres veces hiriendo a uno de sus perseguidores y se encerró en la bodega bloqueando desde dentro el sistema de apertura. No tenía salida alguna, estaban atrapados. Meliet escondía su rostro entre las manos y sollozaba. Craf suspiró, algo en su interior le decía que aquella criatura era delicada y necesitaba de su protección. Abrió el tambor de su pistola, un antiquísimo colt que había pertenecido a un oficial de rango mayor muerto durante una batalla y que Craf había robado, sólo le quedaban dos balas. Cerró el tambor de nuevo mientras los primeros golpes se dejaban oír al otro lado de la puerta, no tardarían mucho en derribarla.


-          ¿Por qué? – Gritó Craf por encima del ruido del ariete.

Se hizo el silencio.

-          Armamento alienígena no autorizado, entrega al sujeto al ejército de la federación o serás acusado traición y condenado en consecuencia.

Craf miró a Meliet, ahora ella le miraba a él. Craf creyó ver en sus ojos una súplica y suspiró. Besó la frente blanquecina de la chica.

-          Por encima de mi cadáver, bastardos. – Gritó de nuevo y se preparó para morir combatiendo.

Eso sería, en el fondo, un descanso. Morir como había vivido, entre sangre y fuego, pero al menos esta vez sabía el motivo por el que estaba dispuesto a morir y aquello le daba paz.

Una pequeña explosión consiguió que la puerta cediera, volando violentamente contra la pared contraria. El primer soldado atravesó la puerta y el primer tiro de Craf lo derribó, atravesando el visor de la máscara. El segundo soldado se cubrió y Craf, sin más opciones desenvainó el puñal que siempre llevaba en la bota y se abalanzó sobre el soldado.

Pero Craf estaba volviéndose viejo y el culatazo que le propinó el soldado lo derribó nublando su visión. El soldado apuntó con su fusil, Craf podía imaginarse la expresión del soldado tras la máscara y suspiró, moriría habiendo tumbado al menos a uno.

Meliet se levantó mientras los otros soldados  entraban, no se acercaron a ella, que estaba hablando en una lengua completamente desconocida, casi gritando, y apuntaron hacia ella. Extendió los brazos, Craf la miró con tristeza pero se quedó helado. La nada de su pecho bullía y rebullía, los ojos de la joven brillaban violentamente, los soldados empezaron a dispararla pero ninguna bala la dañaba siendo todas engullidas por la oscuridad. Craf sintió como si estuviera absorbiendo el aire, las balas y, a medida que crecía el grito de Meliet y la violencia de la oscuridad, absorbió también las cajas del almacen, las armas de los soldados y finalmente a los propios soldados e incluso partes de la estructura de la nave.

Meliet cayó de rodillas al suelo, exhausta. Un violento incendio había empezado ahora. Craf se levantó, cargó a Meliet y salió corriendo por una de las aberturas que había abierto. No sabía que había pasado, pero le debía la vida y esa deuda Craf no la iba a olvidar, ahora tenía una misión: proteger a Meliet hasta el fin de sus días.

Y así lo haría, pero esas son otras historias que hoy no os contaremos...

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