Nuevo interludio, éste se debe a que el magnífico ilustrador Marc Reynés (del que ya os hemos hablado alguna vez en este blog y del que podréis ver parte de sus trabajos en http://sinpostnohaydibujo.blogspot.com.es/) me pidió que hiciera un relato de la ilustración que aparece a mitad de esta publicación, así que... aquí lo tenéis.
***
Aquello le daba mala espina, desde el principio.
Encontrar pecios abandonados en medio del espacio, en rutas que no usaban ni
los contrabandistas, era un hecho ya de por sí excepcional, pero que el pecio
fuera una nave alienígena de un modelo desconocido, aquello era malo.
Muy pocas, extremadamente pocas, eran las razas capaces
de llevar a cabo viajes espaciales y ninguna de ellas tenía relaciones
amistosas con las demás. Después de las últimas grandes guerras espaciales, en
las que la destrucción y el salvajismo de las distintas razas se habían cebado
con los civiles se había logrado una paz inestable, debido a que cada una de
las mismas estaba exhausta.
Todas competían por unos espacios que definían como
vitales, todas habían subyugado o extinguido a las razas inteligentes menos
avanzadas que habían encontrado en sus áreas y cuando se habían topado con
razas tecnológicamente iguales, el conflicto siempre era inevitable. Era una
mera cuestión de supervivencia, la mayor parte de las veces no había habido odio
entre las razas, no hasta las últimas guerras en las que sí se habían causado
odios que no desaparecerían aunque pasaran décadas.
Él había sido un marine de asalto, de los locos que se
lanzaban con sus trajes hacia las naves enemigas o que las penetraban con
barcazas de asalto y había sobrevivido a la nada despreciable cifra de treinta
y siete batallas, era uno de los más veteranos. Al acabar la guerra se había
retirado del ejército, harto de tanta sangre y de los alienígenas y se había
convertido en marinero de una nave mercante que se dedicaba al comercio interno
entre los planetas de las federaciones humanas, sin alienígenas por medio que
molestaran.
Los odiaba, con abrumadora pasión, las raras veces que
veía a uno se veía obligado a refrenarse para no lanzarse de inmediato para
arrancarle el corazón (o los corazones en el caso de los Eclidianos). Y al ver
el pecio había sugerido primero e insistido después en lanzar varias cargas
explosivas y enviarla al olvido para siempre. El capitán se había negado y, no
contento con eso, había reunido a los tres marineros con experiencia militar
que tenía en su propia tripulación y los había armado con carabinas de baja
calidad y les había ordenado escoltarle por el interior del pecio abandonado.
Los tres veteranos se encogieron de hombros, pero se
miraron entre sí, nada convencidos. Su experiencia les indicaba que entrar en
naves alienígenas era una idiotez, lo mejor era destruirlas a distancia y no
volver a preocuparse por ellas, pero el Capitán, un joven inexperto que sólo
había conocido a comerciantes no humanos sentía curiosidad por visitar el
interior de una de esas naves.
Mientras se acercaban con la nave de salvamento vieron
las abruptas líneas del pecio con todo detalle, a nadie le sonaba ni
remotamente el modelo de nave. No se parecía a nada que hubieran conocido antes
y aquello les perturbaba. Parecía mantener aún en marcha algunos de sus
equipos, unas pocas luces y quizás algunos de los ordenadores de a los
veteranos añoraron los escáneres de signos vitales que tantas emboscadas les
habían evitado. Suspiraron.
Alcanzaron una zona lisa donde pudieron posar la nave,
iniciando los trabajos de acoplamiento estanco y perforación del casco para
acceder al interior de la nave. Reut, experto en demoliciones y sabotajes se
encargó mientras Trup y él mismo se mantenían alerta y apuntando al que pronto
sería un boquete en el casco de un metro veinte de diámetro. El capitán se
mantenía unos pasos por detrás.
La placa cortada cayó pesadamente y todos sintieron como
se les hacía más difícil caminar. Los sistemas gravitatorios seguían en marcha
y pertenecían a una raza procedente de un planeta con una gravedad mayor,
aquello era un nuevo contratiempo y los veteranos se empezaron a preocupar. De
las cinco grandes razas exploradoras, sólo una procedía de un planeta más
pesado que la tierra y eran enemigos formidables.
-
Craf – le dijo Trup –
cuando Reut se aparte salto primero, luego me sigues tu… capitán, usted espere
aquí hasta que aseguremos la zona.
Tanto Craf como el capitán asintieron. Reut se apartó y
Trup saltó, cayendo con un gran golpe que resonó en los vacíos pasadizos del
pecio. Craf le siguió y ambos aseguraron
la zona. Reut fue el tercero en bajar, usando una escalerilla portátil y
finalmente el capitán.
Exploraron la nave con metódica paciencia, sin dejar
huecos, los veteranos estaban demasiado acostumbrados a sorpresas en el
interior de las naves enemigas como para permitirle al inexperto capitán de una
nave mercante tomar las decisiones. No se separaron tampoco, la experiencia les
enseñó que separarse era siempre una mala idea.
En el interior, las líneas seguían siendo abruptas y
seguían sin encontrar referentes conocidos, la nave estaba fría y a oscuras
acrecentando su inquietud a medida que avanzaban. El puente de mando, o lo que
creían que era el puente de mando, estaba desierto y unas pocas lucecitas
parpadeaban. No comprendieron ni fueron capaces de relacionar los signos que
allí había con ningún otro que conocieran.
Siguieron explorando, bajando varias cubiertas hasta
llegar a una puerta de grueso metal cerrada a cal y canto. Los veteranos no
querían abrirla, querían irse de nuevo a casa, pero el capitán no transigió.
Soplete en mano Reut necesitó varias horas para agujerear la puerta, hasta que
finalmente cedió. Tras ella había bastantes luces encendidas, pero nadie vivo,
aunque técnicamente decir nadie era incorrecto.
Varios tanques de suspensión vital estaban repartidos por
la sala, la mayoría de ellos apagados hacía muchísimos tiempo y con cadáveres
de los que sólo quedaban los huesos aún flotando en sus aguas enturbiadas. Sólo
uno de los tanques permanecía aún en funcionamiento y su contenido fascinó a
los presentes.
Un cuerpo femenino de una belleza sobrecogedora, con piel
y pelo blancos y completamente desnuda y con un vacío, una nada oscura si es
que podía llamarse a eso oscuro, en el centro mismo de su pecho. Parecía
humana, aunque algunos rasgos y detalles como la piel y el pelo eran inusuales
y jamás había visto nada parecido a lo que portaba en su busto. Parecía estar
aún viva, aunque con el tiempo que debía de llevar en suspensión era difícil de
adivinar hasta qué punto.
Se miraron entre sí sin saber qué hacer. Finalmente, el
capitán decidió llevarse a la chica, pues si estaba viva podría ser muy valiosa
para alguno de los gobiernos de la federación. Una fuente de información
increíble y para él era una suerte haberla encontrado. Los veteranos
obedecieron, en contra de su propia voluntad. No sabían quién ni qué era, que
era capaz de hacer ni cuánto tiempo llevaba en suspensión, despertarla podía
ser traumático y arrastrarla hasta algún sucio laboratorio para convertirla en
una esclava sometida a quién sabe qué no era una idea que agradara a ninguno de
los presentes, salvo al propio capitán.
Tardaron horas en encontrar la manera de liberarla, una
manera para nada sutil puesto que al no descubrir los mecanismos para liberarla
optaron por reventar el tanque. La mujer cayó arrastrada por los líquidos tan
bruscamente liberados y Craf la cargó lo más amablemente que pudo evitando
tocar la oscuridad. Tras comprobar que sus signos vitales seguían allí, aunque
algo alterados, se fueron de la nave y volvieron al mercante, instalando a la
mujer en la enfermería. Se turnarían cada ocho horas para vigilar su progreso.
Reut la vigiló durante las primeras ocho horas pero no
pasó nada, Trup realizó el siguiente turno con idéntico resultado. Craf realizó
el tercer turno, a desgana. La mujer resultaba inquietante para él. Su piel de
alabastro rota por la negrura resultaba hipnótica y Craf apartó la sábana para
poder observarla con detenimiento. Normalmente habría llevado a cabo ese gesto
para contemplar las formas de la mujer, pero esa vez no.
Llevaba tres horas observándola cuando ella se movió por
primera vez, apenas las puntas de los dedos, pero Craf se puso en guardia. Una
hora más tarde ella despertó con un grito y cubriendo su desnudez mientras
miraba asustada al veterano. Éste estaba apuntando hacia ella con una vieja
pistola robada al ejército. Sus respiraciones aceleradas y el nerviosismo que
ambos compartían creaban una extraña sensación en Craf, como si en cierto modo
fueran iguales. Craf bajó su pistola y ella se tranquilizó.
-
No te haré daño pequeña
– le dijo Craf mientras le tendía una mano, ella se acurrucó contra la pared,
sin dar muestras de comprender. Él se señaló a sí mismo – Craf.
-
¿Ggraff? – Pronunció
titubeante.
-
Craf – insistió con una
sonrisa.
-
Meliet – la chica se
señaló a sí misma. Craf sonrió de nuevo mientras enfundaba la pistola con
movimientos lentos y pausados.
La nave empezó a temblar violentamente, Meliet volvió a
asustarse y a gritar pero Craf se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos
poniendo cuidado en no tocar la negrura, alrededor de la misma se sentía un
frío gélido.
-
Estamos aterrizando,
Meliet. – Ella lo miró, sin comprender.
Cuando se produjo el violento golpe contra el suelo producto
del aterrizaje Craf levantó los protectores exteriores de las ventanas y miró a
través de ellas. La visión que obtuvo no le gustó: Un pelotón del ejército de
la federación los esperaba, junto con varios furgones de retención. Vio como el
capitán salía a recibirles con los brazos abiertos y como era tiroteado en la
cabeza sin haber mediado palabra alguna.
Reconoció los movimientos de los soldados que se
adentraron en la nave, típicos de un grupo de asalto recién salido de la
academia. Negó con la cabeza y desenfundó la pistola. Meliet estaba de nuevo
asustada tras oír el tiro fuera de la nave, pero dejó que Craf la tomara de la
mano y la arrastrara en una carrera frenética a través de los pasadizos del
mercante.
-
¡Ahí está! – la voz
metalizada de un soldado con la faz cubierta por una máscara de combate y los
pesados pasos de las botas militares de todo un comando se acercaron hacia
ellos, las balas surcando el aire a su alrededor.
Craf corrió hasta la bodega de carga y empujó a Meliet
hacia su interior, disparó tres veces hiriendo a uno de sus perseguidores y se
encerró en la bodega bloqueando desde dentro el sistema de apertura. No tenía
salida alguna, estaban atrapados. Meliet escondía su rostro entre las manos y
sollozaba. Craf suspiró, algo en su interior le decía que aquella criatura era
delicada y necesitaba de su protección. Abrió el tambor de su pistola, un
antiquísimo colt que había pertenecido a un oficial de rango mayor muerto
durante una batalla y que Craf había robado, sólo le quedaban dos balas. Cerró
el tambor de nuevo mientras los primeros golpes se dejaban oír al otro lado de
la puerta, no tardarían mucho en derribarla.
-
¿Por qué? – Gritó Craf
por encima del ruido del ariete.
Se hizo el silencio.
-
Armamento alienígena no
autorizado, entrega al sujeto al ejército de la federación o serás acusado
traición y condenado en consecuencia.
Craf miró a Meliet, ahora ella le miraba a él. Craf creyó
ver en sus ojos una súplica y suspiró. Besó la frente blanquecina de la chica.
-
Por encima de mi
cadáver, bastardos. – Gritó de nuevo y se preparó para morir combatiendo.
Eso sería, en el fondo, un descanso. Morir como había
vivido, entre sangre y fuego, pero al menos esta vez sabía el motivo por el que
estaba dispuesto a morir y aquello le daba paz.
Una pequeña explosión consiguió que la puerta cediera,
volando violentamente contra la pared contraria. El primer soldado atravesó la
puerta y el primer tiro de Craf lo derribó, atravesando el visor de la máscara.
El segundo soldado se cubrió y Craf, sin más opciones desenvainó el puñal que
siempre llevaba en la bota y se abalanzó sobre el soldado.
Pero Craf estaba volviéndose viejo y el culatazo que le
propinó el soldado lo derribó nublando su visión. El soldado apuntó con su
fusil, Craf podía imaginarse la expresión del soldado tras la máscara y
suspiró, moriría habiendo tumbado al menos a uno.
Meliet se levantó mientras los otros soldados entraban, no se acercaron a ella, que estaba
hablando en una lengua completamente desconocida, casi gritando, y apuntaron
hacia ella. Extendió los brazos, Craf la miró con tristeza pero se quedó
helado. La nada de su pecho bullía y rebullía, los ojos de la joven brillaban
violentamente, los soldados empezaron a dispararla pero ninguna bala la dañaba
siendo todas engullidas por la oscuridad. Craf sintió como si estuviera
absorbiendo el aire, las balas y, a medida que crecía el grito de Meliet y la
violencia de la oscuridad, absorbió también las cajas del almacen, las armas de
los soldados y finalmente a los propios soldados e incluso partes de la
estructura de la nave.
Meliet cayó de rodillas al suelo, exhausta. Un violento
incendio había empezado ahora. Craf se levantó, cargó a Meliet y salió
corriendo por una de las aberturas que había abierto. No sabía que había
pasado, pero le debía la vida y esa deuda Craf no la iba a olvidar, ahora tenía
una misión: proteger a Meliet hasta el fin de sus días.
Y así lo haría, pero esas son otras historias que hoy no os contaremos...
Bueno mi aprobación sabes que la tienes y de sobras. Gracias tío.
ResponderEliminarmooooola!!
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